Lena

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I

Una de las cosas que Lena había aprendido desde hace quince años fue decir lo que cree. La otra, menos agria, era leer los pensamientos de la gente. Por lo tanto, había elegido vivir en una zona rural y con pocos vecinos. El primer café del día le servía para asomarse a la ventana y contemplar el amanecer; el segundo para sus labores matinales; el tercero, para acostarse un poco tarde. Era una vida tranquila, y no necesitaba de apellido para cuidar un par de vacas, tres caballos de carreras, unas cuantas gallinas y dos perros. Lo que ellos producían alcanzaba para mantener sus acuarelas y comprar algunos lienzos.

Lena nunca tuvo problemas con los vecinos. La mayoría de ellos eran personas alegres, aunque algo extrañadas de esa delgada mujer de granja. Al mirarla, unas cejas negras y una mirada inteligente alcanzaban para mantenerla a salvo de los intrusos. Su vida personal era un misterio y la mayor parte de la gente pensaba que tenía poderes mágicos y un cuarto secreto con un caldero de hechicería.

Lena sabía muy bien lo que pensaban. Eso era bueno. Se sentía estable, como una flor acuática protegida por un oasis invisible.

El heno de los caballos lucía un poco seco, pero un par de zanahorias resultaban tan deliciosas que compensaron la inquietud de los animales. Tanto fue el disfrute de estos que se animó a masticar una con los ojos cerrados. Como tenía la otra mano apoyada en el cerco, su yegua se animó a besarla en señal de agradecimiento. De pronto, un ligero ruido de motor la despertó de su ensueño. No parecía un proveedor.

Al asomarse a la puerta del establo, Lena visualizó un auto blanco y un hombre joven de talla media que bajaba de este. No parecía de la zona, pero sí que buscaba algo, o alguien.

¡Hola¡ ¿Buenas tardes? ¿Es la granja de Lena?

Sí, claro. Es lo que dice el cartel.

Oh. Jaja. Es cierto. ¿Qué tal? Estaba buscando a la dueña. Me dicen que su leche es la mejor de la zona.

¡Qué raro que venga de tan lejos a buscarla! ¿Es para sus hijos?

No. Es para mí. La verdad es que tomé leche materna hasta los tres años, y siempre tengo nostalgia por un poco más.

Lena sonrió y miró en otra dirección. Era extraño que un hombre le hable con tanta naturalidad y que le dé una explicación como esa. Por un momento se puso seria.

¿Usted no viene solo por la leche? ¿No es así?

El hombre le sostuvo la mirada. Era algo parecido al rostro de un padre orgulloso por la inteligencia de su hija. Una mezcla entre sonrisa y admiración por el ser que contemplaba.

No, querida Lena. También deseo curarme y curar a otros como yo.

II

¿Por qué tuviste esa estúpida parálisis? Miras tus manos. Le entregaste el file con un torpe movimiento y sin decir palabras. Bajas la mirada. Tú y Lally abrazados en una foto del verano pasado. Esa foto te dice quién es el que manda.

- Agnes... ¿Ya se retiró el invitado del gobierno?

- Sí, señor. Acaba de irse hace 10 minutos.

¿10 minutos? ¿Qué te pasó, Barack? ¿Estuviste en trance?

- ¿Dejó un teléfono o algo?

- No, señor. Solo se despidió.

- Muchas gracias.

Cortas la comunicación con Agnes y vuelves a tus papeles. Algún invitado del gobierno debe dejar rastros. Del file no habías visto ni el nombre. No importa. Solo es cuestión de atar la madeja. Tu mala costumbre de no preguntar nombres. Se lo pides a Agnes personalmente. Después de todo, amas la caligrafía de esta chica.

El agente y la psíquica: Fines y reinicios de la TierraWhere stories live. Discover now