Mi vida siempre ha estado regida por rutinas, pequeñas costumbres que me han acompañado a lo largo de mis veinte años y a las cuales rara vez traiciono. Entre ellas, la que predomina, sin lugar a dudas, es levantarme temprano y aprovechar la mañana. Despertarme al medio día es algo impensable para mí. Por lo general, me reiría en la cara de cualquiera que plantease esa situación. Pero no hoy.
Una nueva arcada sacude mi cuerpo y yo termino de vaciar mi estómago ya de por sí vacío en el retrete, mi cabeza amenazando con estallar y manchar las paredes con mis sesos debido al esfuerzo que supone hacerlo. Tiro de la cadena, y estoy segura de que ahí se ha ido hasta mi primera papilla.
Cansada, dejo caer mi cabeza hasta que esta da a parar con mi antebrazo, y, sino me sintiese tan hecha mierda, probablemente me asquearía de encontrarme arrodillada en el suelo del baño, aun con la ropa que usé la noche anterior puesta y prácticamente abrazada a la taza del vater. Pero como mi principal preocupación en ese instante es que mi hígado no sea lo siguiente en escapar por mi boca debido a las nuevas arcadas, opto por quedarme tal y como estoy, respirando de forma lenta y pausada en un intento por controlar las ganas de vomitar.
No se cuantos son los minutos que permanezco ahí hasta que finalmente mi estómago parece dispuesto a permanecer en su sitio y me siento capaz de abandonar mi posición sin correr riesgos. Y, al hacerlo, tengo que aferrarme al borde del lavamanos para no volver a terminar en el suelo.
"Joder". Me llevo la mano a la cabeza, tratando de que deje de dar vueltas. Si no fuese porque sé que anoche bebí hasta casi caer en coma, juraría que el suelo tiembla bajo mis pies.
La puerta del baño continúa abierta, tal y como la dejé al entrar. No me había molestado en cerrarla; estaba más ocupada tratando de no potar en mitad del pasillo. Procuro no mirarme en el espejo que tengo a mi derecha antes de salir por ella. Con lo jodidamente mal que me siento, no quiero ni imaginarme mi aspecto. Y prefiero seguir sin imaginármelo, al menos de momento, porque tiene que ser un verdadero asco.
Una vez en el pasillo, me planteo la idea de volver a mi habitación y quedarme en la cama lo que resta de día. Es un opción realmente tentadora, teniendo en cuenta la pedazo resaca que me cargo y que es domingo. Total, son más de las doce y media. Si voy a romper mis esquemas, que sea a lo grande.
Me dispongo a llevar a cabo mis planes cuando algo atrae mi atención; la luz de la cocina. Y, si bien mis recuerdos de la noche anterior aun son bastante confusos tras haber tomado mi quinta cerveza, estoy bastante segura de que no dejé ninguna luz encendida cuando volví. Por otro lado, ni siquiera estoy segura de cómo logré llegar a casa, menos voy a recordar algo como eso.
"Espero que mi coche siga entero". Mi padre definitivamente me matará sino es así. A pesar de que fue un regalo suyo por mi dieciseis cumpleaños, es evidente que adora mi coche mil veces más de lo que yo lo hago. Supongo que nunca llegaré a comprender su fanatismo por esos cacharros de cuatro ruedas. A mi me basta con que funcione lo suficientemente bien como para llevarme de casa a la universidad y de la universidad a casa.
Escucho como alguien abre la nevera de mi cocina y la cierra segundos después, y es ese sonido el que me distrae de mis cavilaciones sobre el paradero de mi Toyota. Ahora sí que estoy cien por ciento convencida de que hay alguien ahí. Y solo puede ser una persona.
Arrastro mis pies por el pasillo en dirección a la cocina, donde imagino quién anda gorroneando la poca comida que debe quedarme en la nevera. Anoto mentalmente que tengo que hacer la compra mientras me asomo a la puerta, siendo cegada momentáneamente por la luz que hay encendida dentro.
-— Ashley, joder —comienzo a hablar, parpadeando unas cuantas veces para tratar de enfocar bien la vista. —deja de engullir mi comida y vete a tu...
Entonces, me callo.
— Hola.
Joder.
— Hola —repito, y estoy convencida de que luzco tan diota como me siento. La única neurona funcional que tengo desde que me desperté esta mañana acaba de colapsar.
Que alguien me explique que hace Adam Williams, el estudiante más jodidamente caliente de toda la universidad, parado en mitad de mi cocina y bebiendo un vaso de zumo de naranja. Sin camiseta.
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Never say love
Teen FictionLos dioses griegos existen; tienen los ojos azules, el pelo castaño y unos biceps de infarto. Y, a quien me diga que no, lo mando a la mierda. Evidentemente, no conoce a Adam Williams. Si solo fuese la mitad de gilipollas, puede que estuviese inclus...