II

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Mi mirada continúa fija en la persona que se encuentra parada en mitad de mi cocina, mi mente tratando de procesar que realmente está ahí y no es solo producto de mi imaginación. Si es solo una alucinación causada por los efectos del alcohol, tengo que darme un aplauso por lo extremadamente realista que se ve. Me lleva todo mi autocontrol no recorrer de arriba a abajo aquel torso desnudo y bien definido.

— ¿Qué haces aquí? —consigo pronunciar tras unos segundos.

Me ahorro preguntarle quién es porque lo sé perfectamente, y él también me conoce a mí. Después de todo, vamos a la misma universidad. Es más, a la misma clase. Es un completo imbécil con una reputación de mujeriego que toda la universidad conoce. Un ser realmente desagradable al que siempre he intentado ignorar, porque personas así es mejor tenerlas lejos. Y ahora le tengo medio desnudo en mi casa sin saber por qué.

Enarca una ceja en mi dirección.

— ¿No recuerdas nada de anoche?

Niego. Y es que, joder, en verdad no me acuerdo de nada.

— Supongo que es normal, ibas muy borracha. No deberías beber de ese modo si no estas acostumbrada.

Por primera vez desde que le conozco, le doy la razón.

"Nunca más vuelvo a beber". Me juro a mí misma, y a este juramento añado no volver a aceptar ir de fiesta con la perra de mi mejor amiga, Ashley. Jamás.

Yo ni siquiera quería ir a esa estúpida fiesta en la casa de la arpía de Denise, no es nuestra amiga. Es más, Ashley la detesta. Sabe que le zorrea todo el tiempo a su novio, Henrry. Aunque, por otro lado, esa perra le zorrea a media universidad.

La cuestión es que, como Henrry había sido invitado a ir a la estúpida fiesta, no dejó de incordiar hasta que accedí a regañadientes a acompañarla.

Suspiro, frotando el puente de mi nariz en un intento por alibiar el dolor de cabeza que tengo desde que desperté y que parece ir en aumento.

— Sigo sin entender qué haces aquí —repito, y sus labios se curvan en una sonrisa casi entretenida, observándome con gracia.

Aun con el vaso en su diestra, atrapa el embase de zumo —que estoy casi convencida de que ya está vacío— con la otra, aproximándose a la nevera una vez más. Entrecierro mis ojos sobre él mientras le veo inclinarse para devolver el rectángulo de cartón a su lugar al fondo de la nevera, y me tengo que dar una bofetada mental para evitar recorrer los músculos que se marcan en su espalda por los movimientos que realiza.

— Tienes que hacer la compra —señala lo evidente, ignorando mi pregunta anterior, y yo respondo rodando los ojos con fastidio a pesar de ser consciente de que aun me da la espalda, por lo que no me puede ver.

Que se meta en sus putos asuntos.

Sus ojos azules vuelven a clavarse en mí cuando cierra la nevera y se gira para volver quedar frente a frente.

— ¿En serio has olvidado todo? —intenta confirmar, y asiento para dejarle claro que así es.

Entonces, se termina lo que le queda de zumo en el vaso y pasa a dejarlo en la encimera de la cocina, cruzando sus brazos sobre su pecho desnudo para recargar su hombro contra la nevera. Y, esta vez, sí que me lo como con la mirada sin poder evitarlo. Está jodidamente bueno, eso hay que aceptarlo.

Me arrepiento de no haberle dado importancia a mi aspecto antes en el baño, porque sé que le estoy mostrando una imagen horrorosa al chico más caliente que voy a tener la suerte de tener medio desnudo en mi casa. Una oportunidad única en la vida.

— ¿No te lo imaginas solo con verme?

Y realmente me gustaría responder que no, pero, joder, hay que ser estúpida para no entender la gravedad de la situación. Solo mantenía la esperanza de que me contara una historia diferente a la que estaba imaginando. Pero él solo mantiene su ceja arqueada en mi dirección, y yo maldigo internamente. No parece dispuesto a decirme que me quivoco.

Niego con la cabeza y le miro, escéptica, convenciéndome a mí misma de que está mintiendo aunque no tengo fundamentos sólidos para creerlo; todo apunta a lo contrario.

No puede ser lo que yo imagino. Joder, claro que no.

— No puede ser, me desperté vestida —le recuerdo, y me aferro a ese hecho para quitarle razón. Si me lo hubiese tirado, me habría despertado sin ropa. No fue el caso.

La sonrisa en sus labios se amplía.

— ¿Estas segura de que no puede ser?

No.

— Sí.

Toda esta situación es demasiada información para mi cerebro con resaca, me cuesta acomodar mis pensamientos mientras trato desesperadamente de recordar lo que ocurrió durante y después de la fiesta. No quiero creer que realmente hice algo que no debía anoche por culpa del alcohol, menos si fue con el imbécil de Adam Williams. Me niego a ser una más de su estúpida lista de conquistas.

"Nunca bebo, joder, no puede pasarme algo así". Simplemente no, y punto. Tiene que haber otra explicación.

— Oh, ya te despertaste.

Me giro al escuchar esa voz que tan bien conozco. Y, en cuanto la veo, todo parece tener más sentido.

Ahí está, la causa de todos mis problemas, con su pelo rubio completamente despeinado y sin los pantalones que llevaba puestos anoche cuando salimos, presumiendo sus bragas sin pudor alguno. Al menos aun trae puesta la camisa de tirantes blanca que los acompañaba y no anda desnuda por mi casa.

"Maldita sea, Ashley". Una vez más, me cuestiono por qué tengo una mejor amiga cómo esa y qué clase delito horroroso y sin perdón cometí en otra vida para tener que soportar este calvario.

Solo me basta un instante para conectar todos los cabos sueltos y llegar a una conclusión. Entrecierro mi ojos sobre Adam y el brillo malicioso de su mirada me lo dice todo. Ese cabrón solo estaba jugando conmigo. A la que se tiró anoche no fue a mí.

— No tuvo gracia —espeto sin una pizca de humor.

— Para mí sí —responde, y tengo ganas de borrarle la sonrisa de un puñetazo. Capullo.

— Vístete y lárgate de mi casa. Ahora —le exijo, y entonces vuelvo mi mirada a Ashley. También estoy algo cabreada con ella. —Tú también ve a vestirte.

Ya tuve suficientes gilipolleces por una mañana.

— Eh, tranquila. No es lo que piensas —empieza a decir ella, pero entonces la interrumpe el timbre de mi puerta.

— No me importa, Ashley, solo quiero que lo eches ya de aquí, ¿sí? —le pido, cansada, intentando que no se me note tanto el malhumor.

En realidad, no quiero pelear con ella ni hacer que piense que estoy molesta, aunque lo esté. Es mi mejor amiga, por muy idiota descerebrada que sea.

El timbre vuelve a sonar y bufo. Joder, que poca paciencia.

— Voy a ver quién es.

Los dejo a ambos en la cocina y avanzo por el pasillo hasta la entrada. Cuando estoy por llegar, el puto timbre suena por tercera vez, aturdiéndome.

— ¡Ya va! —exclamo, molesta.

Todo el mundo parece dispuesto a arruinarme la mañana, como sino tuviese suficiente con la resaca. Me asomo por la mirilla para ver quien es el insoportable, y creo que mi corazón deja de latir en cuanto le veo.

— Soy yo, Lesley. Abre.

Suelto una maldición al distinguir a quién pertenece la voz, y mis ojos se encuentran con los de esa persona cuando los clava en la mirilla, como si supiese perfectamente que estoy mirando a través de ella. Aunque sé que él no me puede ver, me siento acorralada.

"Genial". Parece que el día sí que puede seguir empeorando. Ashley está jodida, y yo me voy a ver metida en medio de toda esa mierda. Porque quien acaba de llamar a mi puerta no es otro que su novio, Henrry.

Never say loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora