Alguna vez has pensado lo que sería ser acosado/a por una existencia sobrenatural durante toda tu vida, no poder bajar la guardia porque alguien te acecha las 24 horas del día sin descanso alguno, vivir un continuo horror porque tu vida está en peli...
Era una fría noche en O'Donell, una pequeña calle ubicada prácticamente a las afueras de Kering, un pequeño pueblo situado a la entrada de uno de los bosques más frondosos del país. Las únicas formas de poder bajar a la ciudad eran el coche, el transporte público, o andando; pero eso ya es algo propio de un gran amante del ejercicio a gran escala y... nadie, en su sano juicio, sería capaz de salir a andar por la tarde en pleno invierno. Sólo un amante del riesgo y sin temor a sufrir una hipotermia tendría el valor de hacer tal cosa.
Volviendo a nuestra historia. En el número 35 de la calle O'Donell me encontraba yo, una chica de veinte años, viendo en el sótano de su casa la película "El bosque de los suicidios". No sé por qué motivo, pero desde que se estrenó en el cine la película "Verónica" empecé a sentir una gran atracción y curiosidad por las historias de creepypastas, Gore, terror y trillers. Por un lado, me siento un tanto asustada y sorprendida por esta nueva faceta descubierta de mi persona, pero... por otro lado, no me sorprende descubrir que tengo cierta afición por estas cosas un tanto macabras y poco comunes. Es difícil de explicar, pero desde que tengo uso de razón me han llamado la atención aquellas cosas que son fuera de lo común y, que a la mayoría de la gente (con un sentido común más normal que el mío) le parecen repugnantes e impropias de admiración o gusto alguno en el mundo.
Pero, volviendo con la historia. Estaba viendo la película de terror mientras cenaba risotto con salsa de setas, se que lo normal cuando se ve una película es comer palomitas, pero no tenía en casa, por lo que improvisé. Cuando terminé de ver la película y aparecieron los créditos pausé la película y con el mando seleccioné volver al menú de Yombi. Una vez hecho me levanté del sofá y subí las escaleras del sótano para ir a la cocina para lavar el plato de la cena. Cuando llegué a la cocina vi que el fregadero estaba lleno de platos sucios, pues mis padres llegaron a casa mientras veía la peli y cenaron junto con mi hermano, y yo era la encargada de lavarlos. Por lo que solté un suspiro de resignación y comencé a colocar las cosas en el lavaplatos. Una vez lleno lo puse en marcha y miré la hora en el reloj de la cocina.
-¿Ya es tan tarde?- dije en voz baja y con desgana. Volví al sótano a apagar la tele y las luces para luego subir al salón y bajar las persianas de las ventanas y volver a la cocina para hacer lo mismo. Tras haber cerrado todo fui a mi cuarto. Cuando estaba a punto de entrar al pasillo de mi habitación sentí la sensación de que había alguien observándome por detrás, sentí un escalofrío en la espalda y, cuando giré la cabeza solo vi el salón vacío y con las luces apagadas. Solté un suspiro de alivio al ver que era solo un producto de mi imaginación, por lo que cerré la puerta del salón y llamé a mi perro, grité "Otto" y, cuando lo vi aparecer por la entrada de mi cuarto, esbocé una pequeña sonrisa pensando que lo de antes en el salón fue cosa de mi imaginación y, con esos pensamiento en mente, entré a mi habitación cerrando la puerta del pasillo.
Recomiendo que leas el párrafo que hay a continuación mientras escuchas la música del vídeo.
Esa noche dormí pensando que aquella sensación fue un simple producto de imaginación, algo pasajero producido por el cansancio de todo un día despierta. Esa noche dormí tranquila, pero lo que no sabía era que esto tan solo era el comienzo de la pesadilla, y que esa sería mi última noche de paz y tranquilidad en una larga temporada. Por que estaba equivocada con esa sensación, pues no había sido un producto de mi imaginación, había sido real. Por que no me había dado cuenta de que al fondo del salón, en la parte más oscura, había alguien observándome y, que el escalofrío en la espalda fue por qué me estaba observando desde la puerta, si me hubiera girado en aquel momento a mirar los cristales de la puerta del salón, y no en llamar a mi perro,me hubiese dado cuenta de que me estaban observando con la cara pegada al cristal.
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