A paso de triunfador, me abrí camino entre mis tropas hasta encontrarme frente a la puerta de la casa de mi antiguo colega y fiel verdugo, Loblite.
Golpee la puerta y ésta se cayó, levantando una espesa nube de polvo.
-¡Qué bien se siente volver a sentir los viejos olores de muerte y desesperación que antes dejaba tras mis pasos!- suspiré, inhalando profundamente. -¡Veo que has remodelado tu fastuosa casucha, te felicito: tienes un don para la arquitectura!- aullé entre carcajadas.- ¡¿Dónde estás, fétido saco de mitos y fraudes?!- grité, esperando que el musgo en las paredes no fuese capaz de absorber tal bramido.
-En donde está mi opinión, mi señor- susurró él, con una voz espectral proveniente del sótano.
Descendí las asquerosas escaleras que daban al subsuelo y me encontré con un anciano encapuchado postrado en una pútrida silla de madera.
-Ah, veo que no has cambiado nada desde la última vez que nos encontramos- pronuncié, con una risa amarga.
-Siéntete libre de tomar asiento, después de todo, esta penosa casa también te pertenece. Y ahora que lo menciono, qué te parece si...
-Tranquilo, pronto tendrás la morada que un leal servidor como tú se merece. Aunque, a decir verdad no veo el interés en gastar el dinero del imperio en semejante ridiculez. Piénsalo: ambos sabemos que pronto morirás, que no podrás aprovechar tu nueva vivienda; entonces, ¿por qué perder tiempo y dinero en vano, sólo para complacer los tontos caprichos de un cadáver?
-Dime, en ese caso, por qué tus caprichos sí fueron complacidos- me respondió ofuscado.
-¡Jajajaja! Te recuerdo, amigo mío, que estás hablando de tu supremo soberano. Te recomiendo que cuides tus palabras si no quieres adelantar algunos meses tu inevitable fin.
-Me disculpo, oh, sagrado monarca. De ahora en adelante escogeré mejor mis palabras para evitar cualquier malentendido que pueda afectar a su Majestad- dijo al fin con una pequeña reverencia y una sonrisa sarcástica.
Me preparaba ya a pisar el primer escalón de piedra verdosa cuando recordé la razón de mi visita. Giré la cabeza y sin verlo le dije:
-Necesito que me hagas un favor: averigua todo lo que puedas sobre nuestro viejo aliado.
-¿Qué aliado?
-LK.
Abrí las puertas de mi recinto, me planté frente al ventanal cruzando los brazos contra mi espalda y admiré el maravilloso paisaje que había estado "construyendo" desde que traje la salvación a la especie humana. Aún recuerdo cuando era un insignificante psiquiatra y pasaba horas atormentando intelectualmente a aquellas irritantes aberraciones de la Naturaleza que en ese entonces eran denominadas personas. ¡Qué buenos tiempos! Casi siento pena por una de mis primeras víctimas. Una pobre señora anciana y desdichada como lo soy ahora. Lo único que deseaba era superar la muerte de su amado, y yo, por supuesto, no tenía ni las más mínimas intenciones de ayudarla. Esperanzada, convencida de haber encontrado a su salvador, le indicó a mi secretaria sus datos personales y aguardó ansiosa en la sala de espera a que fuese su hora.
Luego de 30 minutos de implacable silencio, se abrió la puerta de mi consultorio dejando escapar los alarmantes sollozos de mi anterior paciente.
-¡Le deseo el mejor de los días, amigo mío! Ahora, si me permite, tengo otra alma que sanar -dije, girando la vista hacia la anciana.
El hombre alejó las manos de su húmedo rostro para mirar de reojo a la mujer y dirigirle las últimas palabras que pronunciaría jamás en ese recinto:
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Historia de un Gobernante.
General FictionUn niño con delirios de poder que cumplió su sueño de gobernar el mundo moderno aprendiendo de los dictadores del pasado y librando las mayores batallas de todos los tiempos. Un recorrido por la memoria de un individuo que siempre se creyó intocable...