"Sueños reales".

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Freya vive en el infierno. Pero no es que haya hecho algo malo precisamente.

Las hermanas del internado estaban siempre encima de ella. Sabían que era diferente, sabían que no pensaba como los demás, y hay que recordar que aún en el siglo XIX, la imaginación era peligrosa.

Lo particular de este lugar es que existía una pequeña habitación donde esconder a los mal portados de los demás niños, si es que los dieciséis años se puede considerar niñez.

Ser creativo era malo, y Freya lo sabe, pero eso no quiere decir que le importe.

La habitación era en realidad, una bodega. Un espacio de por lo mucho seis metros cuadrados. La cama era de metal oxidado y un colchón viejo y manchado de humedad, como todo el cuarto. Había una escoba sucia y olvidada. En ese mismo cuarto guardaban la calefacción, así que el frío no sería problema.

Lo más extraño es que a pesar de que la habitación era una simple bodega, había una ventana. De todas formas no había manera de ver el exterior, pues no se había limpiado en años, además de que el frío había empañado el cristal.

Todo lo que Freya llevaba era un viejo libro de cuentos clásicos en una mochila, además de su piyama y su cepillo de dientes.

Una noche, sólo una noche.

Se sentía débil y pequeña, como una niña recién regañada, porque eso es lo que era de cierta forma.

Dibujar en clase no tiene nada de malo. Prestar atención no siempre es fácil y hay momentos en los que necesitas llevar tu mente a otro lado. Los maestros deberían saberlo, todos deberían saberlo.

A las ocho de la noche Freya ya comenzaba a sentir hambre. Normalmente la hora de la cena era a las seis, pero como castigo también le habían quitado ese privilegio.

Comenzó a tararearse a sí misma a canción que siempre le cantaba su madre. Dos meses más y la vería de nuevo, pero, ¿qué diría al enterarse de que su hija había estado desobedeciendo a las hermanas? Más que preocuparle, le avergonzaba. No quería decepcionarla, en especial luego de todo lo que había hecho por ella.

Había momentos en los que realmente se odiaba a sí misma, y ese era uno de ellos.

Para su suerte, luego de unos minutos de leer dos veces su libro de cuentos, logró dormirse.

El insomnio es una maldita.

Freya despertó a lo que parecían ser las dos de la mañana. Estaba a punto de cerrar los ojos de nuevo y dormir, pero lo que no había notado es que ahora la habitación era de color azul.

Habían círculos amarillos que giraban y emitían luz como lunas pequeñas. Era como estar en medio de una obra de Van Gogh. Luego de que su vista rodeara toda la habitación, se enfocó en la ventana, que ahora estaba abierta. Asomó la cabeza y a su derecha vio una larga escalera dorada que iba hacia el techo. Titubeó. Era un edificio de cinco pisos y la bodega se encontraba en el quinto, justo al lado de las oficinas de esas malditas monjas.

Si caía habían dos opciones: una, moría, y la otra, sobrevivía para que las hermanas, el director de la escuela y sus padres la mataran.

Por la impresión de todo aquello, no había notado que sobre su cama, habían dejado un vestido. La curiosidad le hizo ponérselo. No era muy largo, la falda llegaba por encima de su rodilla; era muy esponjado; de colores rojo, blanco y negro, decorado con los signos que suelen tener las cartas de póker; no tenía mangas y el escote era algo revelador. Las hermanas definitivamente no lo habrían aprobado si se lo hubieran visto, y eso era precisamente lo que lo hacía aún más perfecto.

Buscó sus zapatos por toda habitación, sin éxito, lo que no le llevó mucho tiempo. Tendría que ir descalza.

Luego de pensarlo por unos minutos, salió por la ventana y subió las escaleras.

Casi se le va el aliento cuando vio que todo el techo había sido reemplazado por puro césped. Verde, brillante y sano césped. Fue cuando se dio cuenta de que la mitad del edificio estaba hundida bajo tierra, ya que no sólo el techo se había convertido en esa pequeña planta, sino que ya no había calles, ni casas, ni otro edificio que interrumpiera la bella vista. Frente a ella sólo había un campo infinito. Al fondo no se veía más que oscuridad, pero se alcanzaban a divisar una que otra flor, claro que estas eran de un tamaño enorme y de especies muy raras.

Al estar hipnotizada por tal paisaje, Freya no se percató del hombre que se encontraba sentado a su derecha sobre el césped, rodeado de montones de teteras y tazas, todas con formas curiosas.

-Dichoso el anfitrión, por tu llegada-, le dijo a Freya.

Era alto, pálido y de cabello negro, muy parecido a la ceniza. Quedaba bien con sus ojos grises. Era realmente atractivo, aunque a la vez extraño.

Llevaba puesto un sombrero muy alto color naranja, con figuras negras. Se veía nuevo y brillante.

Le hizo una señal a Freya para que se sentara.

-Cada criatura de este reino ha estado a la espera de alguien soñador, que merezca gobernar estas tierras lo suficiente.

-Lo he visto en mis sueños.

-Cada habitante pone su confianza en ti, y en que serás una gran líder. Debes prometerme que cuidarás de nosotros y del País de las Maravillas.

-Lo prometo.

Dicho esto, el sombrerero se levantó, y se fue.

<<Lo prometo>>. Sin embargo, las promesas habían sido hechas para romperse, y Freya lo sabía mejor que nadie.

Cuentos.Where stories live. Discover now