"La habitación de madera"

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Cuatro paredes, ninguna ventana y todo de madera. Sólo un espejo pegado a la pared que no muestra nada más que lo evidente: a nosotros.

El frío me abraza tal como la soledad en estos momentos, a pesar de estar rodeada de gente.

Insisto quedarme sentada en el suelo, parece que es el único lugar seguro en este circo de desconocidos.

Debo seguir comiendo caramelos, no sé por qué, pero debo seguir haciéndolo.

Los tablones rechinan al compás del mecer de la anciana en su silla. No ha parado de hablar de la pronta visita de sus hijos y de lo emocionada que está por ello. Va peinada con un moño y un suéter tejido por ella misma. A veces guarda silencio, pensando en que decir después, o simplemente recordando, aunque al final siempre vuelve a decir lo mismo.

Me pregunto porque alguien se detendría aquí camino a su boda. Debe de haber alguna razón.

La novia es bonita. ¿Cómo habrá entrado por una puerta tan pequeña con vestido tan grande? Brilla por todos lados y resalta sus curvas. Su cabello rubio está adornado con un largo velo. La bella escena es arruinada por el cigarrillo que sostienen sus dedos, le hará daño al bebé. A su lado, una madre amamantando a su hijo. De apariencia demacrada y cansada, aunque feliz, acaricia a su hijo con la yema de sus dedos por la frente y mejillas. Ambas están sentadas en un sofá, viejo y sucio.

En medio de todos, un conejo blanco, que, como todos nosotros, también come caramelos, a apresuradas pero pequeñas mordidas. De vez en cuando también mordisquea los vegetales a su lado. Una niña de no más de cinco años acaricia su lomito, sin decir nada.

Describir y hacer un recuento de todo lo que hay en la habitación hizo que me olvidara por completo de tomar más caramelos. ¿Tendrá eso algún efecto grave? He notado en mi reflejo que mi expresión no ha cambiado para nada. Tengo los ojos muy abiertos y mi cabello está despeinado. ¿Desde cuándo tengo esas ojeras?

Las paredes parecen más sólidas y lisas ahora. Se ven duras como piedra y ya no tienen ninguna mancha de humedad. También se han vuelto color blanco. El espejo sigue en su sitio.

La anciana se sigue meciendo, pero su moño ha desaparecido. Ya no podría hacerse uno. En su pálido cráneo sólo se asoman unos cuantos cabellos plateados. Parece que sus hijos no han venido en dos años, y quien sabe si lo hagan alguna vez.

La novia ya no lleva su vestido y su cabello está alborotado y ha perdido color. No puedo ver su rostro, está golpeando su frente fuertemente contra la pared lamentando la muerte de su novio camino a la boda.

Ya no hay bebé. La madre arrulla al hueco que forman sus brazos, sin nada.

La niña ha desaparecido y ya no hay conejo, sólo un hombre acostado en posición fetal llorando desesperadamente. Supongo que la niña era el último recuerdo de todos los infantes a los que mató con esa asquerosa botarga.

El espejo sigue en su lugar.

Todos llevamos batas de pacientes de hospital.

Yo, lo último que recuerdo, es que mi cordura escapó junto con ese extraño hombre luego de que se volvió a subir los pantalones.

Cuentos.Where stories live. Discover now