Narra Amanda.
Último año de la primaria, el sexto grado. El final de una prisión de autodestrucción y seguramente, un poco más adelante, el inicio de lo que realmente me haría descubrir quién era, y sobre todo, qué quería para mí.
Mi aspecto físico no era muy diferente al de hacía unos dos años y medio, era peor; mi cabello era aun más rebelde, mi peso no mejoraba, pero ya había, de alguna manera, resignarme.
Oh, ¡casi lo olvido!, te preguntaras ¿Qué le dijo Roose a Morgan? Bueno, la respuesta fue un rotundo SÍ. Según ella esa relación duraría solo unos dos días, pero la verdad duró casi un año, increíble ¿no?
Estaba comenzando a conocer lo que no era una verdadera amistad. Yo me había acostumbrado a verlos juntos, aunque me había alejado de ambos de manera muy lenta, pero segura, no podía considerarla mi amiga, y a él no podía perdonarlo por lo que le hizo a mi amigo.
Y es que papá siempre me decía que los buenos amigos no hacían daño, y ellos nos habían hecho llorar.
—Oye, por cierto, ¿por qué no ha venido Morgan?, ¿estará enfermo? —preguntaba mi amiga Victoria, como si yo pudiera saber la respuesta.
—No tengo idea, y no me importa —mentí, claro que mentí.
Ella rió escandalosamente.
—Ay, por favor, ¿acaso no tienes su número? ¡Escríbele! Haz algo con ese aparato, por favor.
Para mi cumpleaños once mis padres habían comprado para mí un pequeño dispositivo móvil que solo debía usarlo en la escuela en caso de emergencia. Era cierto, tenía el número de Morgan, el de casi todos mis compañeros, pero me sentía incapaz de escribirle. Desde hacía mucho solo trataba de ignorarlo, y además él no me buscaba, ¿por qué habría de buscarle yo?
—¡Hola!
Una voz chillona hizo que buscara con la mirada a mi amiga Victoria, la cual hacía fila para comprar dulces en la cantina.
—Hola... —respondí, bajando la mirada.
Sabía quién era más no sabía su nombre. Era uno de esos chicos de la otra sección.
Mi corazón latía desenfrenado por el miedo. Mi mente tratada de meter en un baúl todos los comentarios, chistes y expresiones cada que su grupito me veía. Y a pesar de que creía desaparecer lo que decían o hacían ignorandolos al menos en acciones de defensa, sabía que tarde o temprano la impotencia por no hacer ni decir nada, me haría daño.
—Fea —me dijo, y temblé. Él se sentó a mi lado en el largo banco frente a la cantina—. Nunca te he preguntado cómo te llamas —dijo en baja voz, observando a todos lados, yo también lo hice, en busca de ayuda pero sin mover ni un pelo.
—No... tie-nes que saberlo —logré decir después de sentir un escalofrió. Era al menos la segunda vez que le respondía algo.
—Bueno. —Se alzó de hombros—. Entonces para toda la vida seguirás siendo la niña fea, negra, gorda y nerd que cursaba el mismo año que yo.
Escuché cómo soltó una risita para después levantarse porque alguien más se acercaba.
—Oye, niño, ¿qué te sucede con ella?
Levanté la vista al escuchar la voz de Mateo.
El chico quiso seguir caminando y esquivarlo pero Mateo se cruzaba en su camino.
Mi corazón cada vez aumentaba más sus latidos, observando con algo de nervios y ansias la escena.
—Nada. Solo la estaba saludando.
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Un amor que no es amor #LoveYourself
Novela JuvenilAmanda Bayer era una chica normal, que sufría de un constante problema: su baja autoestima debido a las burlas por su sobrepeso desde que era pequeña. Con una vida llena de seis desastres amorosos y la enfermedad del amor por uno de ellos, desde la...