Partituras en blanco

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A las 4:38 de un miércoles cualquiera resuena en mi cabeza un piano cualquiera, un piano que recuerda a ti. Un sonido limpio contundente en los graves, y muy delicado en los agudos. 

Hace ya un tiempo que no despierto bien, que no despierto bien conmigo. El piano no me deja escuchar tu voz; tocas suave sus teclas, acariciándolas. Me siento a intentar escuchar tu banda, pero cuando más atención pongo más mudo se hace el sonido.

 Casi imperceptible consigo escuchar el agua contra el marfil. Paras...

El piano sigue sonando ¿Quién lo toca?; ¿Quién eres? No te recuerdo tan abstracta, tus abrazos ¿dónde están?; ¿Y tus besos?; y lo más importante ¿Y tú? Escucho a mi corazón palpitar mientras decides retomar la partitura, -justo en el punto donde la dejaste-. Sé qué canción es, tú también y por eso la tocas, pero ¿Cómo se llama? ¡Para, joder! No me puedo ni pensar. Tocas más y más fuerte ensordeciendo mi grito. Me muero de la vergüenza. 

Vete, por favor, necesito que te vayas. Déjame descansar, lárgate con tu piano. Lo necesito, necesito poder escucharme, poder respirar, poder gritar en la oscuridad de mi mente y que retumbe todo ese laberinto.  

Quiero correr, quiero correr contigo de la mano, que nos perdamos dentro de tu piano, que lloremos mientras caemos al vacío, que nunca desaparezcamos.

No te vayas. Quédate. Siempre.

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⏰ Última actualización: Oct 11, 2017 ⏰

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