I.

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I.

Era una nena de solo siete años, en busca de ser modelo o una cantante famosa mientras recitaba una canción de los Backstreet boy a mi padres y mi primo, en pijama y con un volumen alto esperando que todo el vecindario escuchara mi canto. Mamá sonreía, Eliot bailaba, Giovanni me miraba desde las piernas de mamá, y papá estaba aplaudiendo llevando el ritmo de la movida canción. Mi inglés era poco fluido y fácilmente se me escapaba mi acento italiano entre los versos. Mis coletas se movían cuando saltaba o bailaba en la mitad del living que formaba parte de nuestra pequeña casa. En ese entonces, esa casa era como un paraíso, siempre con el abrazador olor del pan caliente preparado por mamá, el sofisticado olor del perfume de mi papá y las ropas sucias de mi primo esparcidas por el piso. 

Ahora esta casa se encontraba vacía. 

Un siniestro polvo la bañaba, todos sus muebles se encontraban sucios y los retratos que algún día la adornaban tenían sus vidrios protectores rotos y una que otra foto estaba rota o magullada. Suspiré. Recogí unos papeles que se encontraban en el piso, los revisé uno por uno. Hasta que encontré una carta con mi nombre: 

“Clariee, luego de estos cuatro años ha habido unos cuantos problemas. Espero que se te hubiera informado sobre estas devastadoras noticias. Como buena persona que deseo ser, te pediré si puedes ir a visitar el cementerio Inglés. Hay unas cuantas cosas que debes hacer como modelo de hija a seguir. Tu valentía y fuerza no la tiene nadie. Te deseamos lo mejor en esta vida nueva”

—Familia Moccio, Noviembre 2011.

Mis vecinos habían dejado una carta, hace tres años.

Tenía el dinero de la indemnización que me entregó el cuerpo del ejército hoy, pero no contaba con comida, ni agua, ni luz. Miré a mí alrededor. Como máximo tendría una cama vieja y llena de polvo para dormir esta noche, tendría que conseguir un trabajo y comenzar con mi vida nuevamente. Sola.

No había caído en cuenta que todo este momento estuve parada en el umbral de mi antigua casa. Di un paso, y luego otro, y luego otro hasta que logré entrar firme a recorrer lo que quedaba de mi casa y recuerdos despedazados de mi infancia. Seis años habían pasado. Pasé las yemas de mis dedos sobre los muebles baratos que mamá y papá tanto se habían esforzado por comprar. Polvo. Saqué la pesada mochila de mi espalda y la acomodé en un viejo mueble que había allí.

Caminé por el estrecho pasillo que dirigía a mi habitación mientras mi barbilla temblaba y mi mente comenzaba a inundarse de recuerdos. Vi la cama con frazadas azules a un lado y la restante con frazadas moradas. Había una foto mía y de Eliot en la que salíamos abrazados y él me daba un beso en la mejilla. En una esquina estaba pegado un sticker de corazón rojo, que era lo único que la sostenía hasta ahora. La tomé y la soplé para sacar los restos de suciedad de ella, sonreí al ver la cara de disgusto de Eliot.

 Luego fui hasta la habitación de mis padres, pero no, no pude entrar. Y la habitación de Giovanni a simple vista se sabía que estaba completamente vacía. Retrocedí y caminé de regreso hasta el sofá desgastado en el que se encontraba mi bolso verde musgo, guardé la foto en uno de los tantos bolsillos. Luego, hice una trenza rápida en mi pelo y salí de casa. 

***

Anna Catterina Galiardi Bonnet
Esposa, madre, amiga y compañera
“Te recordaremos con la misma alegría con la que te conocimos”
1945 – 2011

Toqué la lápida que cubría el inerte cuerpo de mi madre, le di un pequeño beso cuando me arrodillé ante él. Miré a un costado, las dos rosas rojas que había comprado las acomodé en el centro y me acomodé para observar la lápida de mi padre. 

Infected ➸ j.bDonde viven las historias. Descúbrelo ahora