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     Arrastraba las valijas por las calles perdidas de Nueva York, llorando, sintiéndome traicionada, riendo por mi estupidez de creerme tantas mentiras, y gritando enojada de haberme quedado sin nada

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     Arrastraba las valijas por las calles perdidas de Nueva York, llorando, sintiéndome traicionada, riendo por mi estupidez de creerme tantas mentiras, y gritando enojada de haberme quedado sin nada. No tenía la menor idea de a donde iría, no podía ir a mi casa, ya no tenía amigos a quienes recurrir, había perdido contacto con otros familiares que no fuesen mis padres. Pero no podía... ir a casa, no después de...

—¡Ey!— grité enojada al verme casi atropellada por un conductor demente. El auto siguió de largo, yo solo suspiré y seguí mi camino.

     Para sumar problemas a mi horroroso día había corrido tanto mientras estaba pensando en otra cosa que me había perdido completamente, y en la zona donde me había metido no era una que se conociese por su seguridad y alta expectativa de vida.

Temblando de frío y miedo busqué algún hostel, pero no encontré nada.

Caminé, caminé, caminé y volví a caminar. Tanto que mis zapatillas comenzaron a arder por la constante fricción con el suelo y ahora las llevaba en mi mano, caminando descalza, o bueno solo con mis medias, por las calles letales de la zona verde.

—¡Ey, niña! ¿No quieres divertirte un poco?— miré hacia atrás y me topé con unos hombres que de sus ojos gritaban finales de todo tipos, ninguna era del tipo 'y vivieron felices para siempre', con suerte había uno que tuviera la palabra vida.

—Yo... yo no quiero problemas— mi voz sonó más aguda de lo que era, y más baja.

—¿Problemas? ¿Quién dijo algo sobre problemas? ¿Alguno habló de problemas?— un calvo de piel rosada habló, mirando a sus compañeros, todos negaron con sonrisas mal ocultadas o cínicas. El hombre quien era el único que había hablado hasta ahora se volvió a girar hacia mi.—¿Ves? No habrá problemas— se acercó lo suficiente para tomarme de las caderas, yo me paralicé, no lo alejé y apenas respiré, solo me limité a mantener mis ojos llorosos abiertos como dos platos y a apretar con fuerza el agarre de mis valijas, como si fuesen lo único que me hacía entender que esto no era una pesadilla, era realidad.

     Los demás hombres comenzaron a rodearme, y entre toqueteos y besos húmedos a mi piel me comenzaron a llevar a una zona más apartada en de la calle, a un especie de callejón. En ese momento desperté de mi transe y comencé a removerme, solté mi equipaje e intenté liberarme de los, alejarlos, mientras lloraba con fuerza y pedía auxilio. Mi momento de escape en misión imposible se acabó rápidamente cuando uno de los hombres tapó mi boca y otro sostuvo mis brazos detrás de mi cuerpo. No dejaba de temblar del miedo y angustia, seguía llorando a los gritos, los cuales se volvían más desesperados a medida que menos ropas cubrían mi piel. Cuando un par de manos atacaron mis pechos mis piernas dejaron de tener fuerzas y hubiera caído si no fuese por el agarre de mis atacantes.

—Tu si que eres una joyita preciosura— la voz del calvo sonaba ahogada sobre la piel de mi cuello, yo solo quería vomitar, cada toque, cada halago, cada mirada hambrienta me hacía sentir más y más sucia, podrida. Como si poco a poco perdiera mi caracterización de ser humano, de persona, para ir tornándome en un trapo, un muñeco donde tus deseos oscuros podían ser volcados.

O R A T E // Z SquadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora