Cien y mil estaciones

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La oscuridad nocturna; la claridad del día, siempre cerca la una de la otra; y siempre tan lejos, pero nunca han estado juntas en los eones, ni en centurias antiguas, ni lo estarán en el porvenir.

Como la eterna distancia que tienen las estrellas del azul de la mañana; también los seres vivos, infinidad de ellos viven en mundos distintos; separados por el manto de la noche, o la luz del amanecer.

Las hadas desde su nacimiento han nacido bajo dos clases, las cuales han sido destinadas a no encontrarse; cada una relegada a sus obligaciones en sus mundos, ya fuera en el reino nocturno, o los dominios del día.

En pequeños lugares del planeta donde la luz del sol nunca aparece, donde la luna es eterna vigilante; están las hadas de la noche, jugando o descansando, hasta que el sol se pone y salen afanosas a cumplir sus deberes.

Muy cerca de estos sitios están los dominios del astro que trae la luz cálida de la mañana: las hadas del día; pacíficas, trabajadoras, en su mayoría gentiles, quizá menos inquietas y revoltosas que las nocturnas. Aquellas que nacieron en la luz del amanecer, acompañadas por la luz del mediodía, eran algo competitivas, demasiado enérgicas, y muchas de ellas con fuerte carácter; todas con ropajes dorados, cumplen su tarea sin falta. Las mayores persiguen a las jóvenes, asegurándose de que hagan lo que les corresponde sin error.

Las hadas de la noche, vistas como competencia directa por las de día para cuidar los bosques, o cuidar el paso adecuado de las estaciones. La clase nocturna era más agradables, siendo el grupo más común por su número; algunas de ellas perseguían las estrellas, otras escuchaban el deseo de los amantes, e infinidad de cosas diversas en las que fueren encomendadas.

Pero, hay cierto instante, justo antes del amanecer, en que el día y la noche se cruzan; ese era el momento en que ambos tipos de hadas podían coexistir en el mismo lugar; o si el destino así lo disponía, podría surgir la pequeña posibilidad de cruzarse.

Este instante tendía a extenderse, especialmente en las estaciones frías de noches más largas.

Invierno.

Michele volaba apurado, bastante enojado por causa de las otras hadas; muchos de sus compañeros se la pasaban jugando en estanques por las noches mientras dejaban los preparativos estacionales de lado, cosa que las hadas del día cubrieron espléndidamente, haciéndolo enojar aún más.

Una vez que se aseguró que la mayoría de los habitantes del bosque estuvieran resguardados antes de las próximas nevadas, y verificar que el verdor del bosque entrará en el sopor invernal que le correspondía, decidió pasear gastando las horas hasta que el amanecer se asomara; esto lo hacía desde que su hermana, su adorada Sara, decidiera irse con un hada de día de cabellos rojos hacia aquellos lugares del planeta, esos que oscilan eternamente entre la noche y el amanecer.

—¡No necesitabas a nadie más Sara! — se quejó para sí mismo. Cansado de caminar se sentó en una pequeña piedra cerca de un gran álamo a esperar el alba. El hada de cabellos castaños, acomodo sus ropas de tonos grises; y observó decaído la entrada del amanecer, como la llegada de aquel momento indefinido entre las horas diurnas y las de las estrellas.

—¿Estás seguro? ¿Le preguntaste? — Un hada curiosa de túnica dorada se acercó, saliendo repentinamente detrás de un árbol cercano, donde había estado pasando el tiempo. Esta se veía alegre, con una sonrisa que casi llegaba a sus ojos—. ¿Por cierto quien es Sara?

—¡Ya estoy harto de ustedes! — exclamó el de piel tostada, gritándole a la otra hada, que parecía sólo tener más curiosidad por aquella hada nocturna—. ¡Me quitaron a mi pequeña hermana!

Cien y mil estaciones [YOI] [Emickey/ Emil x Mickey]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora