(PREFACIO)

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*Afuera la lluvia también estaba de fiesta. Era como si el clima sintiera la furia que me quemaba por dentro.

Subí al auto lo más rápido que pude.

El cabello húmedo se me pegaba a la cara mientras las lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia.

Me sentí ahogado.

La ropa me pesaba, y no era por el agua. Todo me estorbaba. Me sentía estrecho, en un espacio pequeño y sin salida. Me quité el chaleco y aflojé la corbata desesperadamente. Temblaba de rabia.

Apresurado encendí el auto. Sofocado en llanto me puse en marcha. Las lágrimas me borraban la visión.

¿A dónde ir? No tenía idea. Sólo quería marcharme lo más lejos posible.

No estaba de humor para hablar con nadie; y en casa la presencia de mi madre sería una molestia. Sin contar que Lucie podría ir a buscarme.

En el asiento trasero mi móvil sonaba en el bolsillo del chaleco. Después de unos segundos, escuché el tono que avisaba un mensaje de voz en mi buzón.

Irritado, aceleré aún más.

La carretera estaba desierta y la lluvia golpeaba mi auto con furia. El viento azotaba los cristales de las ventanas haciendo que mi visión, empañada también por el llanto, fuera cada vez más borrosa.

Pero no bajé la velocidad. Quería alejarme, olvidar, huir... Desaparecer.

Cada segundo que pasaba mi pie se hundía con fuerza en el acelerador. No me importó exceder el límite de velocidad. Ni tenía idea a dónde me dirigía. Era como si la velocidad dejara atrás todo el dolor.

Fue cuestión de segundos para perder el control del auto. Al doblar una curva los frenos no respondieron de inmediato y la húmeda calle hizo que las llantas del coche patinaran en el pavimento.

Un segundo antes me encontraba conduciendo en la carretera y al siguiente mi auto rodaba sin control colina abajo.

Estaba atrapado. El cinturón de seguridad evitaba que saliera volando por la ventana. Mi cuerpo se sacudía a cada vuelta. El auto rodaba tan rápido que yo no tenía tiempo de reaccionar. Un fuerte golpe hizo que me brotara un hilo de sangre de la frente.

De repente el auto se estrelló contra un enorme tronco que lo detuvo de inmediato. Desgraciadamente, como suele ocurrir en estos casos, el auto quedó boca arriba; lo que me dificultaba más poder salir.

Un mareo debilitante se apoderó de mí.

Mi móvil volvió a sonar y esta vez tuve un desesperado afán por contestar.

Estaba aturdido de dolor, no sólo por la herida en mi frente; sentía mi brazo izquierdo doblado de un modo extraño y mis piernas no reaccionaban.

El llanto acudió nuevamente dando paso a la desesperación y el miedo de quedar atrapado allí.

¡Quería desaparecer, no morir!

El incesante sonido del móvil comenzó a irritarme. Desesperado, luché con las pocas fuerzas que me quedaban para tratar de salir del auto... pero todo era inútil.

Una pequeña luz amarilla y un fuerte olor a combustible activaron más mi alarma de pánico. La débil llama que salía del auto se incrementaba a cada segundo gracias al líquido que se escurría serpenteando.

Por más que traté, me fue inútil salir de allí. Mi cuerpo estaba atrapado entre el asiento y el volante. Mi brazo izquierdo y mis piernas completamente inútiles ante mis órdenes. El dolor daba paso a la impotencia. Mi cuerpo se quedó sin energía fácilmente.

El fuego aumentó con un calor abrasador que rodeó todo el coche.

Antes de que el auto explotara en llamas, perdí el conocimiento.

Protegido (Disponible en librerías de Colombia y en toda latinoamérica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora