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Echó el aerosol sobre mi tobillo y lo masajeó para que la piel absorbiese el medicamento. Chasqueé la lengua al notar un dolor punzante y protesté entre quejidos. Él ralentizó la fricción y me dio un suave masaje.
- ¿Mejor así? - preguntó mirándome a los ojos.
Asentí con la cabeza y tal como me ocurrió la primera vez que le vi, su mirada me perturbó. Ambos permanecimos en silencio mirándonos fijamente. El masaje se tornó mucho más suave, más sensual. Sólo tenía diecisiete años, pero despertó en mí sensaciones más allá del instinto primario.
Yo sentada en la camilla, él arrodillado en el suelo masajeando el tobillo y ambos fundidos en una mirada que trasmitía confusión, deseo, peligro y prohibición. Le sonreí levemente pero él recobró la compostura, se puso en pie y se apartó de mí un par de pasos. Intentó ocultar lo que estaba pensando pero ya lo sabía. Sabía que él deseó lo mismo que yo. Porque lo que yo pensé no fue sólo un pensamiento líbido de una adolescente con las hormonas en ebullición, También era la emoción de jugar con lo prohibido e ir más allá de las normas de conducta.Y así era yo, impulsiva y si quería hacer algo, lo hacía sin meditarlo mucho. "Primero actúo y luego me preocupo si debo arrepentirme" ese era mi lema.
Así que aproveché que él me ayudó a bajar de la camilla para rodear su cuello con mis brazos y le besé con toda la avidez que mi juventud y falta de experiencia me permitió.
Fue breve pero intenso, pero él me apartó alarmado y miró hacia la puerta abierta de la enfermería con preocupación.
- Soy tu profesor, no deberías haberlo hecho - me dijo con tono severo. El timbre de su voz y su lenguaje corporal no casaba con el modo de mirarme.

Continuara...

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