Te desvaneces

846 74 98
                                    


¿Pidieron un deseo hace meses? ¡Se les cumplió!

Declaimer: Haikyuu no me pertenece, es propiedad de Furudate, y yo hago esto sin fines de lucro porque nadie en su sano juicio me pagaría.

Advertencias: Política, ardides, yaoi.

Le dedico este capitulo a Aly, por su apoyo y no perderme nunca la fe, ni cuando le di buenas razones.

Gracias a Eirien, mi sugar daddy, por betear esto.

Creo que si hubo una canción que me mantuvo constante, sería Chasing Cars de Snow Patrol :3

Capítulo 4: Te desvaneces.

Oikawa Tōru era especialmente adepto a los climas cálidos. Había pasado su infancia en las costas de Aoba Johsai, cómodamente asentado en el castillo veraniego que pertenecía a la familia de su madre.

A su padre nunca lo veía, pero cuando él y su hermana mayor decidían que podían darse un tiempo de sus obligaciones en la Ciudad del Olivo Dorado y viajaban a verlos, Oikawa siempre se desvivía por impresionarlos con sus habilidades de pesca y nudos, o con el nuevo estilo de lucha que estuvo practicando con Iwa-chan, el hijo de una panadera local que tenía su puesto en el centro de La Ciudadela costera y con la que su madre había terminado llevándose bastante bien.

Tōru había nacido como el segundo hijo, el consentido de una madre que añoraba el mar y pasaba gran parte del tiempo viajando a su pueblo natal. Su hermana mayor era la heredera al trono mientras que a él le correspondía acompañar a la reina de Aoba Johsai en sus constantes viajes. Tuvo una infancia feliz y tranquila al lado de Iwa-chan, quien se convirtió en su mejor amigo y cómplice de travesuras cuando su madre fue contratada como cocinera del castillo de veraneo real. Tōru, aún a sus veintidós años, pensaba que no había mejor pan en todo el mundo.

Luego pasó lo que a todos los grandes Monarcas tarde o temprano les pasa. La vida real llegó. En su caso fue a la difícil edad de catorce años. Su madre murió cuando uno de los barcos de la flota real fue hundido por piratas justo cuanto este se dirigía a la Isla del Rey. No hubo sobrevivientes, pero sí un gran dolor para su familia, especialmente para él, que era el más allegado a esa dulce mujer que se encargó de su educación y de su crianza sin permitir que lo alejaran nunca de su lado como habían hecho con su hermana mayor. Poco después su hermana enfermó de la peste negra en un rápido brote que hubo en las calles de La Capital, donde ella era tan querida. El diagnóstico había sido fulminante, no había cura existente y fue condenada a pasar los últimos días de su vida en soledad para no contagiar a nadie más.

Oikawa nunca le perdonó a su padre el no haberse podido despedir.

Todo ese rencor y esa ira no hicieron más que crecer hasta volverse mortales, y no precisamente para su persona. Las discusiones con el rey aumentaron, sus opiniones comenzaron a diferir aún en la más mínima cosa, alentadas por el desacuerdo que representaba quién sería el futuro prometido de Tōru para darle más poder a Seijoh.

Si había algo que el ahora heredero al trono sabía desde su tierna infancia, además de que su madre era la mujer más hermosa del mundo, era que se iba a casar con Iwaizumi Hajime. Iwa-chan era el hombre de su vida y de eso nadie lo sacaba.

Se conocían desde niños, se habían vuelto inseparables. Habían sido amigos, cómplices, casi como hermanos para luego ser algo más a lo que no lograron ponerle nombre hasta que el día en que Oikawa cumplió 17 años e Iwaizumi le robó un beso, todo gracias a los celos que le causaban los torpes coqueteos que Tooru solía tener con las nobles de la corte en la que ahora vivían.

FadedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora