—Todos matan lo que aman: unos lo hacen con una mirada amarga, otros con con palabras halagadoras; el cobarde, con un beso; el valiente, con una espada —Oscar Wilde.
Todo comenzó hace dos meses, durante la celebración del cumpleaños número dieciséis de mi mejor amiga, Carol. Era el cumpleaños más esperado del año puesto que en él podíamos beber alcohol —su madre nos lo compró —y, además, iba a ser la primera vez que todo el grupo íbamos a pasar una noche juntos. Comenzamos a hablar y salió el tema de un chico al que todos seguíamos en Instagram; entonces descubrimos que nuestra amiga Hera —nombre raro, pero su madre es amante de la cultura griega —llevaba hablando desde el día anterior con ese mismo chico. Le dijimos que haber si el chico tenía algún amigo para presentárnoslo a alguna de nosotras, el muchacho sugirió de meternos en un grupo de WhatsApp y nosotras aceptamos.
Estaba emocionada, pensaba que tal vez en ese grupo encontraría a algún chico con el que tener mi primera relación seria. Comenzamos a hablar por el grupo y me di cuenta que yo conocía a uno de los participantes. Lo conocí dos años atrás, en una fiesta a la que fui con un amigo —y los amigos de éste —. El chico en cuestión estaba saliendo con una de las amigas de mi amigo, pero no pude evitar fijarme en lo guapo que era, lástima que solo crucé un par de palabras con él y, para colmo, algo pasada de copas.
Por suerte para mí, en ese momento él estaba hablando por el grupo, entonces tuve la oportunidad de entablar un poco de conversación con él; incluso nos pasamos los nombres de Instagram para seguirnos. Estaba feliz, pero mi felicidad fue mayor cuando me mando un mensaje por privado. Rápidamente le conteste y durante los siguientes diez minutos estuvimos hablando hasta que se tuvo que ir a dormir. Fueron los mejores diez minutos, lástima que no volvió a hablarme.
Había pasado casi una semana desde que me habló y yo ya había perdido la esperanza en que me volviese a hablar. Era lunes, el curso acababa de empezar, pero por suerte no tenía todavía deberes. Aburrida miraba las fotos de mi galería en busca de alguna que me convenciera para subir a Instagram. Cuando encontré la ideal, la retoqué un poco y no tardé en subirla. ¿Cuál fue mi sorpresa? Ver un comentario suyo. Mi corazón palpitaba rápidamente, pero traté de no hacerme ilusiones diciéndome a mí misma que tan solo era un comentario y no una declaración de amor. Por eso, cuando al minuto me llegó un mensaje suyo, no me lo podía creer. ¡Volvía a hablarme!
Estuvimos toda la noche hablando y poco a poco me fui, sin darme cuenta, haciéndome ilusiones de un futuro con él —estúpido, lo sé —. Decidimos quedar el sábado, pero las ganas nos pudieron y quedamos al día siguiente. Como tenía instituto al día siguiente y mi madre es algo desconfiada, tuve que decirle que había quedado con mi mejor amigo Adrián para que éste se comprase un archivador y que a las nueve en punto estaba en casa. Ella lo creyó.
Pasamos la tarde juntos, hablando y riendo, pero no nos liamos. Estaba muy nerviosa, él me ponía así, y por ello no puede expresarme tal cuál era. Después de ese día, lo poco que hablamos fue por Instagram; él me comentaba en alguna de las historias y yo le respondía con una sonrisa tonta en los labios y el corazón bombeando a mil por hora.
Casi dos semanas después, un martes —una semana entera sin hablar —, él respondió, otra vez, a una de mis historias, pero esta vez la conversación duró más. Pasamos del Instagram al WhatsApp y me dijo de volver a quedar, pero para correr. No soy fan de correr, pero acepté, tenía ganas de volver a quedar con él y a ver si esta vez nos besábamos.
Continuamos hablando al día siguiente, después de que él me mandara el enlace de una de mis fotos; la foto era algo sugerente, por tanto, lo que me dijo, también lo fue. Aquella tarde mis padres tenían que ir al instituto para asistir a la típica charla con la tutora; por tanto, me quedé sola. Yo seguí charlando con él y, una cosa llevó a la otra, al final se vino a mi casa. Era la primera vez que metía a un chico en mi habitación y los nervios se hicieron dueños de mi cuerpo. Ambos nos sentamos en la cama y tras hablar un poco y ver que hacíamos, terminamos liándonos. No pasamos de ahí.
Él se fue a eso de las ocho y yo rápidamente llamé a mi mejor amiga para contárselo. Me regañó por llevarlo a mi casa, pero se alegró porque sabía que me gustaba. Lo malo llegó después, cuando me dijo que no le contara a nadie lo que había pasado y, casi dos horas después, que mejor lo olvidábamos porque él no estaba preparado para algo serio y no quería hacerme ilusiones.
Lo que él no sabía es que las ilusiones ya estaban presentes en mí. Fue un duro golpe y no supe como reaccionar o, mejor dicho, no supe reaccionar como lo hago yo de costumbre. Cerré los ojos, respiré hondo y tras obligarme a no llorar por él me maldije por haberme hecho falsas ilusiones y, peor aún, permitir que mis sentimientos se hicieran dueños de la situación. No suelo dejarme llevar por mis sentimientos y, de hecho, solo lo hice dos veces y por dos tíos que no lo merecían.
Sonreí falsamente, con la vista puesta en el blanquecino techo, al darme cuenta que ese mensaje era la triste excusa de un cobarde para decirme que no quería quedar más conmigo.
Esa misma noche me prometí que no volvería a dejarme llevar por mis sentimientos, pero, ni un mes pasó, cuando incumplí la promesa que me hice por un chico que a leguas se veía que tan solo me iba a traer problemas. ¿Lo peor de todo? Que fue, también, el chico que me desvirgó.
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No me crees falsas ilusiones, gilipollas #3
Teen Fiction«Una excusa, un cobarde y falsas ilusiones. La combinación perfecta para romper un ingenuo corazón» Sonreí falsamente, con la vista puesta en el blanquecino techo, al darme cuenta que ese mensaje era la triste excusa de un cobarde para decirme...