VII

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Mukuro había hecho muchas cosas estúpidas en su vida.

Una de ellas, hacer apuestas con Nagi a perder, esa era la razón de su compromiso con Byakuran.

Otra era obligar a su padre a adoptar a Fran, es que era un error porque sabía que le enviarían lejos y el pobre se quedaría desamparado.

Otro era enamorarse estúpidamente de su reflejo, jamás pudo corresponderse a sí mismo porque estaba mal visto.

Y el más reciente, era confiar en Giotto.

Eran cerca de las diez de la noche, el rubio se mantenía de pie frente a una improvisada pizarra y tanto Enma como él le miraban desde la cama del pelirrojo.

El compañero de cuarto de chico se mantenía impasible, como si aquello no le importase, pero por la mirada curiosa que les dedicaba ambos sabían que estaba más que interesado.

Su nombre era Rasiel y se parecía demasiado al novio de Fran.

—No vamos a hacer eso —bufó la piña y el pelirrojo asintió—. Estás loco.

—Venga ya, no es para tanto...

—Que no, que no —se negó el pelirrojo.

—Quejicas.

Alguien llamó bruscamente a la puerta, sorprendiendo a los que se encontraban en su interior.

Mukuro fue el que se dignó a levantarse y abrir la puerta.

Segundos después, Kyoya arrastraba a una fruta inconsciente a su habitación.

Enma y los rubios se miraron entre ellos con la duda tatuada en el rostro.

Hibari lucía bastante molesto.

La alondra pateó la puerta de su habitación y tiró a su compañero en el suelo del lugar antes de cerrar de un portazo.

Hervía en cólera.

¿Qué demonios estaba haciendo ese idiota con esos dos hasta esas horas? Más aún, el teléfono de la piña había sonado cerca de cien veces en su ausencia y el dolor de cabeza de Byakuran era... Pues eso.

Un dolor.

—Alon...

—Te callas. ¿Qué coño haces tanto tiempo con esos dos?

—Esta...

—Bueno, no quiero saberlo.

—Pe...

—Que te calles, joder.

—Alon...

—Que. Te. Calles.

Mukuro suspiró. Alondra-kun era demasiado... bipolar.

Y entonces... ¿Por qué demonios le gustaba? ¿Tan masoquista era? Primero el espejo y ahora Kyōya...

Suspiró.

Con resignación el italiano se levantó del suelo y arrastró sus pies hasta la cama, donde su amarilla mejor amiga le esperaba.

Hibird era más fácil de complacer que su dueño.

—No te entiendo.

—No tienes qué, eres un idiota.

«Y tú un bipolar y ni quien te diga algo»

—Ya.

Kyoya le miró mal.

—¿Me estás tomando por idiota?

—¿Qué? ¿Qué te he dicho yo ahora?

Acarició a la pajarita con un dedo.

Aves y piñasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora