promesas

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Por: Oscar Gomez Hernandez

Todo ocurrió así, sin planearlo, porque todo lo bueno empieza así.
Comenzaba a oscurecer, Ella estaba parada en aquel puente, solo veía el pasar de los automóviles que bañaban su silueta con sus faros, yo caminaba despacio sin perderla de vista, me había impactado mucho, pantalón azul, blusa negra y una coleta en ese hermoso cabello rojo que bailoteaba con el ir y venir del viento. Me acerqué poco a poco para que notara mi presencia, haciendo ruidos con mis labios, aclarando mi garganta de vez en vez, pero ella no dejaba de mirar hacia algún sitio que solo ella conocía. Saludé con un buenas tardes desempolvando al Don Juan que había dejado olvidado en la alcoba de alguien, ella saludó sin voltear a verme, de pronto, una de sus delicadas manos subió a su rostro y limpio sus lágrimas. Nunca me gustó ver llorar a una mujer, aunque, en el pasado debí de ser el causante de muchas lágrimas.
Pregunté si le dolía algo, si podría ayudarla pero ella sólo movio la cabeza de lado a lado sin decir nada, la terquedad siempre fue mi mayor defecto, tal vez por eso estaba solo, yo tenía que morirme siempre con la mía.
-Si quieres puedo romperle las piernas a quien tu quieras- le dije haciendo mi voz matón.
-No creo es mas grande y fuerte que tú - giró su cabeza hacia mi y me regaló una hermosa sonrisa.
Me presenté con ella haciéndole una reverencia, para mi era una princesa en desgracia, ella me dijo su nombre que, a parte de hermoso y místico, era impronunciable. El viento comenzó a batir sus alas de manera brutal en ese puente, le pregunté si quería que la acompañara a algún sitio y respondió que no, que pasarían por ella en unos minutos, bajamos la escalera y le extendí mi mano, ella la tomó y apunto su número en mi palma, ese momento fue opacado por unos claxonazos tan fuertes como inoportunos que nos hizo sonreir, me dio un beso en la mejilla y se marchó.
Al llegar a casa le marqué, tenía la necesidad de escuchar su voz una vez mas pero nunca contestó. Diario, desde nuestro encuentro, le llamaba, pero solo escuchaba el molesto mensaje de voz, desistí de mis intentos. Tres días después, mi celular vibró y un mensaje de texto alegró mi mañana, -¡hola!, buenos días. Gracias por todo. -Le devolví el mensaje pero, una vez mas no hubo respuesta, avente el teléfono sobre mi cama mientras una mueca se dibujaba en mi rostro, ¿que me pasaba?, ¿acaso me dolía?, no podía ser cierto, siempre me consideré un coleccionista de besos, de momentos, de situaciones en cuartos de hotel pero, algo había en esa chica que podía permitirle eso y más.
Pase la noche pensando en ella, en esos ojos, imaginandolos cerrarse al besar sus labios, en esa tersa piel erizandose al contacto con mis manos, cigarro tras cigarro, dibujaba sus formas con el humo, hasta que salio el sol.
Entré a la ducha, apestaba a abandono, a derrota, a cosas que el jabón no suele quitar, me comencé a vestir y el maldigo celular comenzó a vibrar, un mensaje de ella, - hola, buenos días, ¿nos podemos ver?, - borré el mensaje y continué con mi rutina, al cabo de algunos minutos de pensar si debía contestar o no, lo hice, no se que frase cursi le textee para después proponerle que nos viéramos en alguna plaza comercial.
Llegué puntual a la cita, :300p.m. marcaba en mi reloj, 15 minutos más y un nuevo mensaje echaba por tierra mis planes, le había surgido un problema familiar y no asistiría, descubrí que tenía corazón, y lo acababa de romper, ¿acaso era ella la persona que me cobraría la factura por haber sido tan canalla en el pasado?.
Decidí entonces refugiarme en la poesía, en el licor barato y cigarrillos de extraño sabor, mientras el demonio de la ironía se carcajea a mis espaldas.
Tarde algunos días en volver a mi rutina habitual, en ir al trabajo, esclavizarme durante ocho horas y regresar a casa a refugiarme bajo las alas del espíritu del vino.
Todo volvía a su cauce, hasta esa noche...
-hola, perdón por todo. ¿estás disponible mañana?
Moví la cabeza y una sincera sonrisa arqueó mis labios, sabía que no iba a ser la ultima vez que me dejaría plantado, pero también se reconocer que ella es de las mujeres que te destrozan cuando te dejan, pero que amarás el resto de tus días.

memorias de un insolenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora