Advertencia: Uso de genderbend, drama.
Argentina: Mercedes Hernández.
Chile: Gabriela González
Uruguay: Sofía Artigas.
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Los acordes de Volver resuenan en el local acompañados por la voz de Gardel mientras Mercedes limpia las mesas y mira ocasionalmente hacia el exterior por el ventanal como esperando algo o, más concretamente, a alguien.
Su impaciencia se apaga cuando ve a una joven de corto cabello castaño, tez clara y ojos miel abrirse paso hasta llegar a una de las mesas para después tomar asiento.
—Hola Gaby —saludo al llegar a la mesa de la castaña—, ¿te traigo lo de siempre o vas a animarte a probar algo distinto hoy? Hay mediaslunas.
—Un té caliente, por favor —respondió quitándose el casco y clavando sus ojos ámbar en ella.
Tal como la primera vez.
El sonido de la lluvia y una serie de pasos apresurados fue la banda sonora de su primer encuentro seguidos por la visión de una piba cargada con una patineta y un casco color rojo intenso de donde brotaban mechones de húmedo cabello castaño.
—Un té caliente, por favor —pidió la skate en voz baja, con el cuerpo temblando de frio.
—Siéntate y dame un toque —indico la rubia mientras le señalaba una mesa vacía.
Minutos después le llevó a la pequeña una taza de té y unas mediaslunas rellenas de chocolate.
—Acá tenés, che —murmuró al servirle la infusión—. Provecho
—Gracias —sonrió tímida la castaña clavándole su mirada ambarina.
No lo admitiría en el primer momento pero algo en aquellos ojos la sacudió. Había algo en aquella piba que le hizo desear hacerla sonreír siempre que pudiera.
El tiempo pasa y desde aquel día lluvioso, Mercedes ve a la minita al menos una vez por semana en el café tanguero, casi siempre con la patineta a cuestas.
De tanto traerle tazas y más tazas de té, la rubia se entera de su nombre y va conociendo pequeños detalles de su vida, si estudia, tiene hermanos o hace algo más allá fuera de tomar té y practicar trucos de skateboard, etc
Gabriela contesta sus preguntas con calma y sin prisa, a menos que la argenta la cansé y González corte sus cuestionamientos, malhumorada:
—Deja de webiarme, rucia.
Las semanas pasan y se vuelven meses y de ahí se tornan en años. Años en los que Mercedes madura aún más y el cuerpo y la mente de Gabriela se desarrollan.
El cuerpo de la castaña se afina, sus caderas se ensanchan y las curvas aparecen, su rostro aniñado da paso al semblante sereno de la futura mujer en que Gaby se transformara tarde o temprano.
Mercedes prefiere que el cambio se atrase lo más posible cuando empieza a notar las miradas de los flacos detenerse en la figura de la chilena por más tiempo del debido.
Hasta que una tarde de verano, las cosas estallan entre las dos. La culpa recae sobre un joven rubio de acento estadounidense y los impulsos causados por los celos de la rubia.
—¡Dejá a mi chilena en paz, pelotudo de mierda! —siseó Hernández mientras acuchillaba al gringo con la mirada antes de volverse hacia González para servirle su acostumbrado té con mediaslunas.
El muchacho asintió un tanto turbado antes de levantarse y salir corriendo de la cafetería.
—¿Qué wea acaba de pasar? —preguntó Gabriela mientras arqueaba una ceja.
—Nada
—Rucia...
—No es nada, boluda —aseguró Hernández—, tómate tu té o se va a enfriar.
Gabriela se encogió de hombros, decidida a pasar por alto la cuestión, al menos de momento.
La tensión entre ambas es como una bomba de efecto retardado que finalmente estalla una tarde de viernes cuando Mercedes instruye a Gabriela en los pasos del tango.
La complicidad, el amor, el sufrimiento y la pasión se hacen presentes en la habitación mientras los cuerpos se cercan y se distancian, entrelazándose y separándose a la vez que el alma de la rubia le jura aquella castaña de ojos miel un amor puro y sincero que culmina en un beso suave pero lleno de sentimientos.
Los últimos acordes de Querer acompañan el sonido de los pasos de González al salir huyendo de la cafetería momentos después.
—¡Espera, che! ¡Gabriela! —exclamó Hernández luego de reaccionar y salir a buscarla, solo para hallarla temblando bajo la marquesina de una panadería a pocas calles de ahí.
—¿Por qué? —quiso saber la chilena con la voz rota y los ojos inundados en lágrimas— ¿Por qué, rucia? Creí... creí que éramos amigas.
—Vos me gustás Gaby —confesó la mayor—. Te amo, boluda
—No soy lela ni maricona —repuso la castaña con los labios temblorosos—, lo siento pero no...
—No digás más —la interrumpió—. Entiendo.
—Rucia...
—Perdón por flashearme todo y por joderte con esto —murmuró sincera mientras de sus labios brotaba una risa triste—, que pendeja, ¿no?
González no pudo replicar ya que la de ojos verdes aprovecho su confusión para salir huyendo, dejando a la chilena sola bajo aquella marquesina.
Desde ese día no volvieron a verse.
Fue difícil al principio pero, al cabo de unos años y gracias a la perseverancia de una joven y un tanto misteriosa uruguaya.
Sofía es un tanto hipster y le pelea cada que hace mate amargo pero también la hace reír y ha sabido hacerse camino a su corazón; gracias a ella, Mercedes aprendió a amar y a ser feliz de nuevo. Pero jamás olvido a Gabriela, aquella chilenita de ojos tristes cuyo último recuerdo yacía guardado en los acordes de un tango.
Nunca olvidaría a su eterno y a destiempo amor.
By Pía Lopez
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