Desperté en los establos de una pequeña taberna al oeste de Caulcin, en un pequeño pueblo rodeado de grandes campos verdes, eran las ocho de la tarde, era primavera y una suave brisa acariciaba las hojas de los árboles verdes y en flor.
Despegué los ojos un tanto mareado, había estado la noche anterior bebiendo hasta desmayarme. Recuerdo haber empezado con tan solo tres personas, y haber acabado con veintitrés y media, una botella de ron y un ojo morado. Yo soy Lylex, aquel que es capaz de mantener una pelea de veintitrés personas y un perro, borracho y con tan solo una mano y dos piernas. La pelea comenzó como una simple actuación, yo simplemente estaba justo en el momento equivocado en el sitio equivocado, unos cuantos mercenarios en la barra, la camarera, dos nobles en una de las mesas de roble viejo, y una excusa.
Suponiendo que no entendéis a lo que me refiero os lo resumiré. Eran las doce cuando entré a la taberna, no estaba muy vacía, pero tampoco muy llena. Al entrar me senté en la barra, un tanto distante de los que me rodeaban, deje mi satgat sobre el respaldo del taburete, y mi katana apoyada en la barra, la tenia cerca, como siempre. Era una bonita espada, el mango blanco con pequeños detalles grises, la hoja, podías llegar a cortarte el dedo con tan solo apoyarlo, ademas de eso, tenia un grabado en forma de ola y unas letras en idiomas olvidados.
Pedí una jarra de aguamiel en la barra, la pagué y me la llevé junto con mis cosas a una de las mesas del fondo, cerca de la chimenea de piedra. Me entretuve observando las llamas un buen rato, tanto rato que no me di cuenta de quien había entrado por la puerta. Un trovador, y si, pensareis que estoy loco por dar tanto énfasis a uno, pero los trovadores, bardos y juglares, son para mi lo peor y mas peligroso que puede ocultar la tierra. Con este no me llevaba del todo mal, no, no me llevaba mal asta que empezó a cantar una sarta de mentiras sobre "el hombre que derroto diez mil hombres con una katana", no fueron tantos, y lo se porque fui yo aquel hombre. Cuando me canse de escuchar a aquel músico mentiroso, ya estaba lo suficiente borracho, a si que me di a mi mismo una escusa, me levante de la mesa y me acerque a aquel hombre tambaleándome por los efectos de la bebida. Después de eso solo recuerdo haber escuchado que aquel bardo había sido pagado específicamente por aquellos dos nobles, pero ya era tarde, tenia mi katana sobre su garganta, la retire y la envaine.
En ese momento los nobles se levantaron enfurecidos de su mesa, miraron a su alrededor y gritaron:
-!Quien logre noquear a ese viejo vagabundo sera recompensado con una buena suma de dinero!
Todos se abalanzaron sobre mi, incluso el dueño de aquel viejo antro llamo a su perro, de tamaño mediano, de color ocre y gris en algunas zonas de su cuerpo.
Solo recuerdo que cuando acabo la "fiesta" yo estaba lo suficientemente borracho y cansado, salí de el bar, ande asta la parte de atrás, y caí en el suelo del establo.
Tenia un ojo morado, pero al menos podía mover los brazos y aun me quedaba ron, revise mis pertenencias.
-1 moneda de plata -un cuchillo - mi flauta
-5 monedas de bronce -mi katana
Era lo ultimo que me quedaba, recordaba los tiempos en los que todo iba bien. De momento aun seguía demasiado borracho para ponerme en pie sin ayuda , apoye la espalda en el muro de piedra, deje la botella en el suelo y con la vaina de la espada conseguí levantarme.
Mi odio hacia los bardos es simple, e vivido muchas aventuras, luchado contra millones de adversarios dignos y no tan dignos, perdí amigos y familia, y amado a muchas mujeres. No me gustan que canten mentiras sobre mi, por eso mismo, contare yo mismo mi historia.
Cuando ya llevaba un cuarto de ora apoyado en la pared, decidí andar hacia algún lugar donde encontrar comida, aunque después de la pelea de ayer, desconfiaba de que alguien quisiese atenderme en aquel pueblo. Seguí un camino andando de lado a lado, mareado por los efectos del alcohol, seguí el camino que partía el pueblo en dos, a mi derecha un pequeño barrio y el único de el pueblo, y a mi izquierda un gran prado verde anaranjado por la puesta de sol.
Llegue a una pequeña tienda, la fachada era de piedra y a los dos lados de la puerta dos grandes ventanales llenos de vitrinas en los que anunciaban precios un tanto disparatados. Entré dentro del establecimiento, me miraron con desprecio, supuse que seria por mis pintas de mendigo o por la pelea de la pasada noche. Me acerque al vendedor, era un tanto viejo, tenia una barba blanca que iba a juego con su pelo, estaba enfadado, lo veía en su mirada. Antes de dar paso a la conversación me miro y dijo.
-No vendemos artículos a mendigos ni a ermitaños- Dijo con un tono de superioridad
-No soy de ninguna de las dos cosas, soy un viajero- Respondí con un tono desagradable
-Ermitaño- Replico
-Tengo dinero, solo buscaba algo de reservas, pensaba salir del pueblo cuanto antes-
-Eso deberías hacer, y sal de mi tienda, aquí no hay sitio para ti-
Asentí con desprecio, coloque mi satgat y salí de la tienda.Al salir de la tienda vi que estaba oscureciendo, así que o buscaba alguna posada en la que alojarme, o pasaba la noche a la intemperie.
Rodee el pequeño pueblo varias veces, para mi suerte, no encontré ninguna que estuviera bien de precio o que no me devoraran pequeños bichos mientras dormía en camas de heno, cada vez que preguntaba en alguna de ellas, la gente me miraba despectivamente y decidían sumar unas pequeñas tasas.
Encontré un pequeño arrollo a las afueras, deshice mi equipaje y prepare una fogata. Me arrepentí de no haber robado nada en aquella tienda, ya que no tenia ni un misero trozo de pan. Extendí un pequeño manto de hojas y amontone la capa que llevaba haciendo una improvisada almohada, me aferre fuerte a mi arma y dormí por lo que quedaba de noche.
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Gritando mar, a la tierra
FantasyNo pretendo contar un cuento, tampoco quiero representar un mito o una leyenda, hoy quiero escribir una historia, mi historia, o mas bien, como yo quiero recordarla. Soy yo, el hombre que por millones de mitos a llegado a ser un héroe, un demonio...