Poco a poco lo consumes.
Con cada calada va menguando y se evapora entre tus labios sin dejar rastro alguno.
Sin dejar ceniza alguna.
Y ya solo me queda volver arrepentido y cabizbajo ante todos aquellos que me advirtieron.
Yo por ti.
Tu por otro.
Tu con el.
Yo con tus fotos.
Y aun así mi corazón sigue ciego resistiéndose a aceptar la verdad.
Preguntándose si has pensado en mí alguna vez como yo lo hacía.
No se que has hecho pero estoy perdido; entraste en mi cabeza y ahora todo es un mar ruido en el cual mi barquito es de papel y se hundirá hasta el infinito esperando una bocanada efímera del oxígeno que emanaba de tus labios todas esas noches.
Adictivo.
Letal.
Y poco a poco me fue consumiendo y transformándome en ceniza muerta y frágil.
Esperando a una brisa que me arranque el placer de saborear tu pintalabios noche tras noche.
Y el viento sopló.
Y con el de fueron todas las vivencias que había acumulado cuidadosamente en una esquina de tu corazón.
Y la indiferencia y la crueldad reemplazaron su puesto con una pérfida naturalidad que me dejó helado el corazón.
Y por fin entendí a todos aquellos desesperados que se amontonaban a tus espaldas, grises y persistentes.
Grises y desesperados en un cenicero de soledad.
Grises y monótonos sin más remedio que aferrarse a lo único que no tenían.
Tu amor.
Ya me alisté entre sus tristes filas como uno más desesperado por atraer tu atención.
Y matándose en cada intento fallido.
Y desesperándose ante cada gesto de despreció.
Y ya solo queda repartir mi ceniza entre aquellos que no tengan nada.
Entre iguales.
Grises.
Consumidos.
Muertos