Caminó con determinación entre las mesas del restaurante, luchando en su interior por no echar a correr pero apresurada por escapar del local, de otro nuevo bochorno, de un nuevo fracaso. Cuando alcanzó la puerta, echó un último vistazo por encima del hombro antes de salir al exterior, fue un gesto rápido, más para asegurarse de que no la seguía que para lamentarse de lo que dejaba atrás.
Una mueca escapó de sus labios. Su mejor amiga había preparado esa cita a ciegas, y le había pedido expresamente que se vistiera sexy, como si esa palabra significara lo mismo para las dos. Se esmeró en ponerse una cómoda y coqueta falda larga de terciopelo, que se ajustaba a su cintura y que caía ligera alrededor de sus piernas bien formadas. La acompañaba por una provocativa camiseta ajustada, de tiras y de corte redondo, que realzaba sus generosos y bien formados pechos, pero que se había cubierto con una chaqueta que sólo dejaba entrever una mínima parte del escote. Era lo más sexy que tenía. Y era lo más sexy que le apetecía vestirse para un desconocido.
Se conocía perfectamente y reconocía cuáles eran sus limitaciones. Sabía que era del montón, y que los hombres no se giraban para admirarla por mucho que se esmerara en arreglarse y maquillarse. Pero reconocía que tenía un cuerpo deseable, producto no sólo de la genética, sino del esfuerzo por mantenerse en forma para su trabajo. Y, por encima de todo, poseía una personalidad única que tanto atraía a unos como repelía a otros. Que a sus veinticinco años no tuviera pareja, no le preocupaba, pero era consciente de que a su amiga le impacientaba que nunca hubiera tenido un novio o, incluso, rollos de una noche. Pero a ella nunca le habían interesado las relaciones. Sólo se había preocupado, primero, por sus estudios, y después, por su trabajo.
Así que cuando se sentó frente al hombre guapo, bien vestido, con un cuerpo escultural de muchas horas de gimnasio, demasiado bien pagado de si mismo, y que apestaba a arrogancia, enseguida decidió que no le gustaba en absoluto. Y no sólo supo cómo acabaría todo, sino que sería en un futuro muy próximo.
Cuando Breena Bennett se quitó el abrigo, él no disimuló el hecho de que no podía dejar de mirarle el trozo de escote que quedaba a la vista, por lo que renunció a quitarse la chaqueta. Pero cuando el hombre comenzó a hacer insinuaciones demasiado directas de cómo iban a terminar la noche, y lo envolvía todo como un regalo maravilloso que iba a recibir de él, se enfureció.
Él había dado por supuesto que ella era una virgen desesperada en busca de un macho, y rápidamente lo hizo salir de su error. Se levantó sin más y, ante su asombro, se encaminó hacia la puerta sin darle ningún tipo de disculpa. No se merecía ni un simple adiós. Ya hacía mucho tiempo que había pasado la etapa de las explicaciones.
Esperó a salir a la calle y sentir el aire frío en la cara, para ponerse el abrigo. Se subió al coche de alquiler y durante un segundo apretó con fuerza el volante, enfadada con el hombre, pero, en especial, consigo misma. A veces se preguntaba si tendría corazón. O si el hombre que le hiciera sentir verdaderos sentimientos de mujer, existiría... o si algún día lo encontraría...
Estaba de vacaciones por primera vez desde que era policía. Megan la había convencido para visitarla en el Reino Unido y había aprovechado a hacerlo tras una misión conjunta de su gobierno y el británico. Pensó que un cambio de país y de aires le sentaría bien, pero, por lo que veía, los hombres se comportaban igual, independientemente de la parte del mundo en el que se encontraran.
Encendió el coche y salió del pueblo, camino de la casa de campo en la que vivía su amiga. Era de noche. La oscuridad se fue haciendo cada vez más profunda según abandonaba el pueblo y se adentraba en el campo.
El coche se detuvo inesperadamente tras unos golpes secos. Comprobó el chivato del combustible y marcaba que estaba lleno. Tras unos infructíferos intentos por encenderlo, buscó el móvil en su enorme bolso bandolera y llamó a su amiga.
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El Caballero Negro.
RomanceRomance erótico. Aventuras, amor, sexo, la diversión está asegurada. Disfruta de una lectura ligera, amena y divertida. Breena Bennett, agente del FBI, vive por y para su trabajo. Lord Strone, un auténtico caballero medieval, vive sólo para la guerr...