14. Paul

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Entonces, Darla se movió y se quejó un poco. Nos giramos para verla.

— Paul, eres idiota— dijo ella entre sueños.

Jaden y yo nos miramos. Nos reímos.

— Hay que llevarla a casa— dijo él—, no quiero saber quién es Paul.
— De acuerdo— dije.

Empezó a conducir el auto. Lo miré mientras lo hacía.

— ¿Debería de poner música?— preguntó.
— Si quieres— dije.
— ¿Qué te gusta? ¿Quién es tu artista favorito?
— Frank Sinatra— dije.
— ¿De verdad? ¡Eres un mini ancianito!— dijo.
— ¡Claro que no!— dije—, ¡Frank es genial!
— Entonces esto no va a gustarte— dijo.

Efectivamente, lo que puso no me gustó.

— Los Sex Pistols— dijo—. Nada que ver con Sinatra.
— Esa también es música antigua— dije.
— Pero no de ancianitos.
— Es sólo ruido— dije.
— Claro que no— dijo.
— No puedo creer que Darla no se despierte con tanto ruido.
— Probablemente sigue soñando con Paul— dijo Jaden.
— Posiblemente— dije.
— No te preocupes, ya casi llegamos— dijo.
— Y hay un problema con eso, para ser sincero— dije.

Él me observó momentáneamente antes de volver su vista al camino.

— ¿Qué pasa?— preguntó.
— Mamá no está en casa— dije—. Fue a su club de lectura nocturno.
— ¿Hacen clubes de lectura en la noche? ¿Acaso son para vampiros?
— Son para gente que está ocupada durante el día. Y ese no es el punto. El problema es que Darla perdió las llaves de la casa. Le presté las mías el otro día pero también las perdió. Lo que significa que no podemos entrar a mi casa. Tendremos que esperar a que llegue mamá y no sé cuando llegará.
— Generalmente las personas esconden llaves de repuesto debajo de una roca o de una planta, como en mi casa.
— Sí, lo sé— dije—, tu padre oculta la llave cerca del garage. Pero la llave de repuesto de mi casa también desapareció. Quiero pensar que fue culpa de Darla.
— ¿Cómo sabes de la llave de mi casa?— preguntó.
— Sé muchas cosas— dije—. Pero no te preocupes, jamás intentaría entrar sin permiso a tu casa. Lo juro. — Eso no me preocupa— dijo—, no es como si fueras un asesino serial que quisiera matarme.
— No— dije—, sólo soy alguien que sabe mucho de ti. Pero nada más.
— ¿Cómo eso que acabas de decirme va a tranquilizarme?

Llegamos a mi casa. Las luces estaban apagadas. Mamá no debía estar aún.

— Puedes esperar aquí, en el auto— me dijo—. Podemos seguir hablando.
— No es necesario— dije—. Ya has hecho mucho por nosotros.
— ¿Quieres que te deje abandonado a tu suerte aquí, a la intemperie junto a tu hermana ebria?
— Eso suena mal— dije.
— Esperaremos en el auto— dijo—. Es mi última palabra.

Lo miré. Debía aceptar, no iba a quedarme abrazando a Darla hasta que mamá llegara.

— Bien— dije—. ¿De qué quieres hablar?
— De lo que sea— dijo.
— Con una condición— dije.
— ¿Cuál?
— Quita tu música.

Me miró. Le sonreí inocentemente.

— De acuerdo. Pero antes quiero que sepas que no sabes respetar a los clásicos.
— Tú tampoco— dije.
— ¿Podemos hablar de otra cosa?
— ¿De qué?
— No lo sé— dijo mientras apagaba el estéreo—, si debo escoger un tema... hablemos de ti.

Dime Quién Te GustaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora