En su majestuosa mente, tan misteriosa como la Luna, ella lo plantó, lo cuidó y lo vio crecer.
Forjándolo con el más duro metal que su corazón podía fabricar, lo crío como algo suyo, íntimo, sólo para ella.
Pero en un descuido de esperanza y piedad, por el simple hecho de que él estaba sujeto al misterio, ella le abrió sus puertas esperando obtener la respuesta que había imaginado.
Pero él fue.
Y ella se quedó tan sola que podía morir.