DE VUELTA A CASA

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Genaro Rivas es el padre de Joaquín, mi mejor amigo. Genaro era un hombre moreno, parecía tener la piel apretada, como si lo hubieran rellenado hasta dejarlo duro como una roca; tenía los ojos verdes igual que Joaquín.

Cuando me enteré que Genaro había muerto, corrí a la casa de Joaquín. Entré por el zaguán negro y caminé por el patio donde siempre jugábamos; percibí un extraño silencio y vacío considerando que estaba entrando en la antesala de un funeral. Pensé que aquí era diferente al D.F., de donde yo venía, que aquí los familiares y amigos no acudían a casa del difunto. No era así. Lo diferente era el caso de Genaro. 

Corrí la cortina, que sirve como puerta de la casa de Joaquín, y lo vi sentado en el sillón, mirando fijamente hacia el piso. Tenía los ojos hinchados y, como siempre, las manos mugrosas. Me acerqué y le dije que lo sentía mucho, le pregunté qué había sucedido y sus verdes ojos se eclipsaron:

─ Murió mi papá. Explotó la mina en donde trabajaba─ me dijo con la voz entrecortada.

─ Sí, me enteré, pero y... ¿dónde está?, ¿por qué no hay nadie aquí?─ dije un poco apenado.

─ No está aquí porque su cuerpo está atrapado en la mina. Mi mamá y mis abuelos fueron a ver si nos lo darán ─ terminó de decir y comenzó a llorar.

Entendí que no era momento de preguntas. Me senté a su lado tratando de hacerlo sentir acompañado. Al poco rato nuevamente se corrió la cortina, era mi papá. Nos dijo que Joaquín fuera a comer a la casa, que su mamá y abuelos llegarían muy tarde. Mientras caminábamos hacia mi casa miré las calles más vacías que de costumbre.

Mi papá era de los pocos hombres aquí que no trabajaba en la mina. Él era contador y todo su trabajo lo enviaba al D.F., lugar de donde veníamos. Él me explicó, cuando Joaquín por fin se quedó dormido, que Genaro había sido víctima de una injusticia. Me contó que la mamá de Joaquín, sus abuelos y todas las esposas de los demás mineros, habían ido a la mina a reclamar el cuerpo de sus esposos, y algunos más el de sus padres e hijos. Por eso la calle estaba tan sola, por eso están vacíos los patios, porque los cuerpos de los muertos no han podido llegar a su funeral y los familiares y amigos no se pueden reunir para llorarles.

Al día siguiente, muy temprano, oí ruido en la calle. Me asomé por la ventana y vi pasar a las mamás de mis amigos, sus abuelos y sus hermanos. Vi cómo se separaban para entrar cada cual a sus respectivas casas. Como un río que pierde su fuerza y forma al desbordarse. Se veían tan solas, tan tristes. Nuevamente les negaron la entrega de los cuerpos.

Parecía que, mientras caminaban por esa arenosa y pálida calle, dejaban un lugar vacío a su lado para aquellos "Genaros" que no regresaron a casa con ellas. Entonces tocaron la puerta de mi casa, era Lilia, la mamá de Joaquín; lo despertaron y salieron de mi casa rumbo a ese patio vacío y silencioso que seguiría de esa forma quién sabe cuánto tiempo más. 

Joaquín apretaba la mano de su madre. Lilia hacía un puño de su mano vacía, tal vez por su coraje y rabia, o tal vez Genaro si los acompañaba y ella no quería soltarlo aún.


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