Año -505 aR, Édona

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Búbono sacudió su túnica retirando rastros de polvo marrón. Abandonó su pequeña casa y empezó a andar con rapidez, río arriba, hacia la parte cultural de la ciudad. Llevaba consigo varios folios de papel de caña recién hechos y unos carboncillos negros.

Édona era una culta y próspera ciudad. Situada en el delta del gran río, creció gracias a la agricultura que éste permitía con cultivos de caña, arroz y lentejas, el alimento base sobre el cual se sostenía la población. El río también proporcionaba peces, y de vez en cuando, carne de hipopótamo.

Cruzó el gran puente de piedra amarillenta que conectaba la parte residencial con la isla cultural de la ciudad. Tenía suerte de haber adquirido una casa cerca del centro, ya que en los barrios más alejados no eran raros los casos de robos e desvalijamientos. Contempló los jóvenes pasar con sus pequeñas embarcaciones con el objetivo de conseguir unos pocos recursos de aquellas aguas azules. Su destinación era la biblioteca de Édona, dónde se esperaba que hiciese acto de presencia.

Los últimos siete años de su vida los había enfocado en el estudio de las alteraciones en los cuerpos de los seres vivos. Inusualmente se daban casos en puntos esparcidos del mundo conocido donde animales y personas padecían de extrañas mutaciones en sus cuerpos. Éste estudio recogía todas las alteraciones físicas que se había encontrado en el curso de su vida.

Tras cruzar una larga calle de suelo alicatado con un mosaico verde y beige, finalmente cruzó el gran portal que abría paso a los dominios de la sabiduría. En ese edificio se podían encontrar los frutos de centenares de investigadores en materias matemáticas, astrológicas, sociales y biológicas.

Decidido, entró por una puerta blanca hacia la sala que le había sido reservada. Allí le esperaba Asionés, su ayudante y discípulo, con un pequeño gato de pocos meses en brazos. A su lado reposaba una pequeña olla de cerámica con tapadera de donde escapaba un espeso humo negro que se desvanecía rápidamente.

Búbono se sentó en un taburete enfrente del joven, el cual le acercó con cuidado el felino que sostenía. La diferencia en su físico era clara: el gato tenía alas.

De su espalda emergían dos miembros articulados que se movían de igual forma que las garzas antes de echar a volar que tantas veces había observado. No le era un suceso nuevo, puesto que había visto las mismas características dos años atrás con un asno.

Recogió el animal con sus firmes manos y lo recostó en la falda. Se percató rápidamente de la ligereza que ese ser poseía. Sus movimientos eran rápidos pero frágiles, y su fuerza, débil. Observó detalladamente la musculatura. Las alas estaban unidas a la espalda por una estructura ósea firme y se movían gracias a unos inusuales músculos frutos de su mutación. Repasó detalladamente las peludas prolongaciones de su cuerpo y las articulaciones correspondientes.

Comparó sus observaciones con las que años atrás obtuvo del asno alado. Eran básicamente las mismas: el asno era un animal endeble, con apenas fuerza para transportar mercancías y se lo entregaron para sus observaciones a cambio de cuatro monedas de oro. Murió un año después de ser adquirido, cuando en una de sus maniobras de vuelo fue atacado por una agresiva ave de rapiña. Al desmoronarse se rompió una gran cantidad de huesos y las lesiones internas lo ahogaron por dentro.

Búbono anotó sus observaciones en una hoja con el carboncillo y la dejó con los datos del asno para pasar las anotaciones a tinta en otro momento. Hecho esto, se dirigió a la olla que reposaba en las baldosas.

 - ¿Qué animal es? - Preguntó a su discípulo.

- Por lo que he observado, es muy probable que sea un sapo, o una rana muy grande - respondió este - no lo sé con firmeza - añadió en un susurro.

Bóbono abrió la tapadera y una gran cantidad de humo negro y espeso emergió para luego desvanecerse como si nunca hubiese existido. El bicho del interior salió de un salto dejando detrás suyo una estela negra y empezó a huir.

- ¡¡Cójelo Asionés!! - ordenó alarmado haciendo que el aludido se colocase delante del animal, cerrándole el paso.

Justo en ese momento se oyó un fuerte ruido.

Los dos se miraron temerosos e inquietos, momento en que el amfibio aprovechó para esquivar al chico. Estaban en un momento muy pacífico y costaba de creer que hubiera estallado una guerra, además, sin previo aviso. Abandonaron sus quehaceres y salieron de la sala asustados de lo que se pudieran encontrar.

En el exterior, una polvareda se levantaba entre las chozas.

Rato después sabrían que la causa había sido la muerte de un cerdo.

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⏰ Última actualización: Aug 26, 2018 ⏰

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