Prólogo.

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Corro. Corro como alma que lleva al diablo.

Estoy desesperada por llegar y estas escaleras parecen ser terriblemente interminables.

Cuando queda un sólo piso para, por fin, llegar a la habitación en la que está, me alento con palabras motivadoras para no bajar mi rendimiento. No sé qué es lo que me voy a encontrar nada más cruzar la puerta, no obstante, trato de que el miedo no se apodere de mi mente y cree falsas emociones, las cuales pueda mantener a raya. Aunque lo dudo.

Hecha un manojo de nervios y asustada a sobremanera, me encuentro lo que tanto temor me daba.

Ahí está. 

Su cuerpo yace inerte en la cama. Las personas a su alrededor denotan tristeza y preocupación. Yo les doy una rápida mirada y voy hacia su cuerpo. Es lo único que me preocupa ahora.

Con manos temblorosas, toco suavemente su rostro y me lamento por todas las veces que he despreciado su cariño. Por todas las malas palabras. Por todo el tiempo perdido.

Todo este tiempo he sido una completa estúpida.

En silencio lloro. Lloro por lo sucedido y también por todo lo que no lloré antes.

No quiero perder a la única persona que tengo. Tengo un miedo horroroso a no saber qué dirección tomar, a no saber qué decisiones tomar. Es miedo a estar sola y saber que nada más cruzar la puerta de casa no haya nadie que me reciba con una sonrisa o simplemente para hablar sobre cómo ha ido el día.

Me siento impotente por no poder hacer nada. Esto ya no está en mis manos y me da rabia, porque aunque yo no se lo haya dicho nunca, ella es la madre que nunca tuve y me hace falta en mi vida.

Indestructible.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora