Entre los muros de aquel majestuoso palacio que alguna vez estuvo adornado de solemnes estatuas, enigmática música ambientando su atmosfera de grandeza, bellos cuerpos que sonrientes sirvian a la realeza, pasillos llenos de vivos colores que de entre todos ellos resaltaban con hermosura los elegantes azules, intrigantes púrpuras, poderosos rojos, enigmáticos verdes, que juntos hacían su labor de expresar el estatus de poder que alguna vez tuvo el gobernante de aquellas tierras. Sobreviviendo aún su belleza al paso de los milenios, pudiendo hoy en día aún observar en sus columnas ya apagadas por el sol del desierto historias de éxitos pasados, batallas, celebraciones, procesiones, ritos, amores de épocas antiguas, mitos y leyendas que gracias a su paso trascendental hoy conocemos, era toda una joya en bruto para un arqueólogo el encontrar aquel recinto que había permanecido virginal al paso del hombre por milenios, siendo en años pasados testigo inmutable de todas las emociones humanas conocidas, pero, a pesar de todo muy en el fondo de aquel esplendor, escondido entre los viejos muros de piedra caliza se escondía un secreto milenario, una anécdota que los propios dioses de antaño quisieron borrar de la memoria de Egipto, y aún a su pesar la justicia de Maat rodearía con sus protectoras alas al destino, permitiendo aquella injusticia con su alma destrozada, antiguos dioses que olvidaron que el desierto nunca olvida, se ve silencioso e inmutable, indiferente de las acciones de la humanidad, ignorante misma de que este guarda voces mudas, conserva viejos tesoros, verdades y pecados del pasados presente y futuro, siendo cómplice con el tiempo en su espera del momento justo para complacer a su diosa y hacer justicia divina bajo el abrazador calor dado por la estrella madre símbolo de Ra.
Una tumba secreta, sin nombre, imagen o símbolo en su umbral, escondida detrás de una pared al fondo del cuarto real, únicamente pudiendo acceder a ella por una polvorienta escalera, donde sus escalones inmersos en la oscuridad parecían un camino directo al mítico infierno egipcio, donde nadie que lo viera tendría el valor de entrar por temor a la gran serpiente apófis, mucho menos de pensar que aquel lugar fue y es el descanso eterno de una de las tantas reencarnaciones de Horus, donde tranquilamente reposaba su cuerpo terrenal carcomido por el calor, víctima del tiempo, dando la cruel imagen de despojo del que alguna vez fue la gloria de Egipto, ahora yaciendo en un sarcófago bañado en oro en las profundidades del viejo esqueleto arquitectónico, majestuosa obra de arte que a pesar de los milenios sus rubís incrustados seguían brillando en su exterior inmaculado como en aquellos días cuando su mismo dueño los reclamo como botín de sus salvajes enemigos del sur, opacando a las esmeraldas extraídas del Nilo y pequeñas amatistas regalo de imperios amigos que le hacían compañía en su descanso mortuorio, sin embargo, la gema más preciosa tanto en belleza como en valor no estaba presente en aquella ornamenta, mucho menos en la máscara mortuoria del Faraón, pintada finamente a mano con tonos azulados, si no en su corazón, un precioso zafiro tallado con meticulosidad otorgándole la forma de Kepli, escarabajo dios del renacimiento, donde con orgullo aun regalaba su brillo azulado en la oscuridad de la muerte...
Ahora la arena del desierto había hecho su deber, escondiéndolo de cualquier mortal o dios que intentara adentrarse en el complejo, ocultando el recinto del que alguna vez fue el faraón más glorioso de egipto, dios renacido en carne, benefactor de gloria a su reino al pelear valientemente contra el poderoso imperio de Hatti, obteniendo así el respeto de la poderosa Sekmet al bañarse con la sangre de sus enemigos, trayendo tesoros de valor inimaginable a su pueblo en carrozas cubiertas de oro jaladas por imponentes caballos blancos, dominando a todos los dioses, incluyendo al noble dios del Nilo que apaciguó sus aguas durante el tiempo que duro su poder, siendo bendecido por el dios de los símbolos divinos por sus hábiles estrategias, recibiendo el don de Isis al dar fertilidad de sus tierras, pudiendo presumirse soberbiamente como un igual... Aunque no con todos los dioses fue que su voluntad gobernó, hubo una diosa qué no supo cómo dominar, dejándose vencer ante ella, rendido ante su poder, en venganza por pecados pasados de su progenitor, siendo condenado al castigo divino del olvido, víctima de su propio pueblo por el Damnatio memoriae, condenando su legado a ser olvidado, en un intento de destruir una parte de su alma por las faltas que no cometió, una venganza cruel cayó en el siendo maldecido por Hathor diosa del amor desde el momento en que sus ojos vieron la luz del mundo.
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Un zafiro para el Faraon
Fanfiction-Darás amor a la preciosa gema del Nilo, con valentía y belleza traerás orgullo al reino, en recompensa se te será regalada la pureza del cielo, correspondido tendrás la eternidad en tu mano, pero desdichado serás de perderla, ¡Desgracia eterna! pr...