I. Invierno

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Ese gemido, ese hermoso gemido...

Se veía la nieve caer por la ventana de la habitación a pesar de que esta estaba empañada por la increíble diferencia del frío punzante de afuera y el acogedor calor que se sentía adentro. En las paredes colgaban los cuadros de fotos y raquetas de tenis que venían acumulando polvo desde las primeras lluvias de año. Las sábanas blancas desordenadas tocaban el piso y el escritorio se tambaleaba junto con el respaldo de la cama.

Recuerdo ver nuestra ropa amontonada en el suelo junta y mesclada como una sombra de nosotros mismos con bufandas, pantalones y camisas trenzados en una sola figura.

-Radcliffe...- te escuchaba murmurar y yo te respondía, al oído, con un timbre de igual placer,  -"Brony"-. Era como me gustaba llamarte cariñosamente. ¿recuerdas?

Nunca olvidaré ese invierno en que nos vimos por primera vez en el campus, volvíamos de las fiestas a retomar las clases y yo corría atrasado a clases por entre la blanca nieve que cubría el patio principal. Llevaba mis libros bajo el brazo y heché un vistazo a mi reloj para saber cuanto tiempo me quedaba para que cerraran las puertas del salón, cuando de repente resvalo en el hielo comenzando a patinar por unos segundos hasta terminar encima de un joven de más o menos mi edad cuyos lentes habían salido volando por el pasillo junto con todos mis papeles.

Avergonzado por mi accidente lo miré sonrrojándome. Era de facciones germanas y un cútis prístino. Me levanté, recogí sus anteojos y le tendí la mano para ayudarlo a ponerse de pie.

-Lo lamento mucho, por favor, acepta mis disculpas. Aquí están tus lentes, espero no les haya ocurrido nada.- dije arrepentido.

-Está bien, no te preocupes, yo estaba distraído. Almenos evité que chocaras contra el muro.- respodió con una sonrisa a la vez que se colocaba sus lentes y se incorporaba. Luego me ayudó gentilmente a recoger los papeles. Una vez ordenados los entregó a mis brazos agregando: -Por cierto, soy Bronislaw, Bronislaw Malinowski.-

-Encantado de conocerte Bronislaw, mi nombre es Alfred, Alfred Reginald Radcliffe-Brown para ser exactos.- dije con una risita al final. -Es un poco largo, por eso todo el mundo me llama Radcliffe-Brown también Radcliffe solamente. o Alfred... para los amigos.-

-Un gusto Radcliffe. Bueno, supongo que con ese apuro ibas a algún lado.-

-¡Oh cierto!- Miré la hora y ya era demasiado tarde. -Ya no importa, ya debieron haber cerrado las puertas del salón.-

-De seguro. Estos profesores se creen la gran cosa.- dijiste con una risa -Bueno, permiteme compensarte con un café, ¿te parece?-

-No, por favor. soy yo el que debería compensarte a tí, yo invito, e insisto.-

-Ya que insistes Radcliffe. ¡Vamos!, conozco un lugar magnífico aquí cerca.

Caminamos juntos hasta el local presentándonos más detalladamente, eras tres años mayor y te movías a la perfección por la universidad: conocías a los profesores, los salones y las estanterías de las bibliotecas a la perfección. Se te notaba un hombre preocupado por el estudio y con ánimos de destacar. Resultó que ámbos teníamos intereses en la antropología y tuvimos una larga charla académica respecto al tema. Hablamos sobre viajes de exploradores, indígenas, caníbales, tesoros y aventuras de las que nos perdíamos dentro de estos edifcios. Por sobre todo lamentabas no tener acceso a una comprensión cabal de las culturas salvajes, te urgía poder estar allí, verlos, aprender su idioma y costumbres, comprender como vivían y vivir como ellos para así poder tener un mayor conocimiento del alma humana; eso era lo que más te apasionaba, lo que hacía a los humanos inherentemente humanos.

Pasaron dos o tres horas en el café, ya no estaba pendiente al tiempo y de todos modos la clasé a la que no pude asistir era la última del día así que no tenía prisa. Pagué la cuenta, nos levantamos y salimos del local.

-Bueno señor Radcliffe-Brown, fué un gusto hablar con usted. -dijiste en la puerta extendiéndome la mano.

-Por favor, No me digas señor.- respondí mientras te devolvía el apretón de manos. -Fué igualmente un placer. La verdad esta charla me motivó bastante a seguir los estudios antropológicos, más de lo que ya estaba.-

-Me alegro Radcliffe. Bueno, adiós, nos veremos algún otro día por el campus supongo.-

Diste media vuelta y te dirigiste a quién sabe dónde. Mientras te miraba alejarte no pude evitar hacer una mueca de sonrisa. Un agradable sujeto ciertamente y de seguro su intelecto era particular, me llamaba mucho la atención. Mientras me dirigía de vuelta a mi habitación no podía dejar de pensar en tí y en mi habitación.

Durante el trascurso de los días seguimos saludandonos y hablando por los pasillos del campus, de vez en cuando volvíamos al café para tener una discución más larga y tranquila. Curiosamente me cautibaba de sobremanera tu forma de pensar y actuar, notaba de igual modo, en tus ojos, un cierto interés en mí. Cuando nos veíamos por el campus sentía el impulso que nos hacía no solo saludarnos a la distancia, sino acercarnos a estrachar nuestras manos, lo que en poco tiempo se fué transformando en un abrazo fraterno. Era como si fuesemos dos imanes que se abrían paso en medio de la gente sin poder controlar esa fuerza de atracción.

De vez en cuando, al caminar lado a mano nuestras manos se rosaban y yo miraba al paisaje intentando disimular que me sonrrojaba. Nunca antes había sentido algo así con un hombre, ni siquiera con una mujer, las cuales cortejaba relajada y naturalmente. Fué en uno de esos roces indeseados, pero anhelados que de reojo ví como tú reaccionabas de la misma manera. Entonces algo se apoderó de mí, noté que no había nadie cerca y tomé esta vez, intencionalmente, tu mano. Ambos detuvimos el paso y nos miramos fijamente a los ojos, ruborrizados. Sentimos pasos en la vuelta del pasillo y nos soltamos de inmediato, pero mientras las personas pasaban nos quedamos cada uno a un lado del corredor mirándonos fijamente. La gente pasó y nos quedamos ahí por unos segundos más sólo para terminar con una sonrisa de complicidad mutua.

Desde entonces los abrazos de saludo tenían aún más entusiasmo y la mesa del local de café fué reemplazada por el escritorio de mi habitación. Hablabámos de todo y nos reíamos juntos, a veces terminando en un silencio de ojos fijos y dedos entrelazados.

Una tarde, en mi habitación, cuando la nieve asotaba la universidad decidimos escapar del frío no con café, sino que con un whisky que tenía de regalo de navidad, por parte de un tío, aún sin abrir.  Nos encontrábamos sentados en la cama, bajo los efectos del alcohol y abrazados como si saliéramos de un bar después de un partido de rugby, con nuestras caras más cerca de lo normal. En el silencio producido de repente mi mandíbula comenzó a temblar de los nervios a medida que nos acercábamos cada vez más hasta que retuviste mis labios con los tuyos en un beso apasionado como nunca antes había dado uno.

Nos nos importó que nos pudiéramos meter en problemas. La puerta estaba cerada y la tormenta no permitiría a nadie asomarse a la ventana. Nos desvestimos lentamente dejando la ropa en el suelo. La ventana de a poco comenzó a empañarse y nuestros movimientos hicieron que el respaldo de la cama moviera el escritorio al ritmo nuestro. Afuera la nieve caía, pero no setíamos frío. Comenzaste a gemir de placer con ese hermoso gemido tuyo y mientras nos tocábamos mutuamente murmurabas: -Radcliffe.. Radcliffe...-

...-Bronislaw- respondía en tu oído.


Las Estructuras Elementales de un Amor FuncionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora