III. Verano

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El sol allá arriba, fuerte e imponente penetraba la ventana de mi habitación hasta mis cansados ojos, llenando de calor mi cara a maltraer y aumentando aún más el sudor de mi frente. Había llegado el verano con sus calurosas mañanas, y mientras parecía que allá afuera la vida crecía a un ritmo ineluctable, yo me encontraba cada vez más profundo y ahogado en la melancolía.

Recuerdo entre medio de la resaca ver botella tras botella amontonadas en mi habitación, llenando las paredes del fermentado olor del alcohol consumido. Y tal como se mostraba este ambiente era como me sentía en aquel momento, ahogado en el más puro despecho y trágico sufrimiento del amor mal correspondido.

¿Que hubiera pasado si no me hubiera dejado llevar por esos rencorosos sentimientos y no hubiese bebido tanto? Seguro Malinowski no hubiera notado mi aliento a whisky barato, no me hubiera visto sentado en el suelo de mi habitación con las cortinas cerradas y la botella en la mano. Quizás hubiera notado mi tristeza sin necesidad de que yo cayera en la decadencia. Quizás me hubiera preguntado que me sucedía y me hubiera explicado todo. Quizás todo era un malentendido y en realidad siempre me hubiera preferido a mi. Y tal vez sólo era una aventura con aquella mujer. Y seguramente pasó a ser algo más que eso porque observó mi paupérrimo comportamiento y decidió alejarse.

Ni una sola palabra, ni un solo adiós. Sólo esa mirada de Juicio y preocupación, una media vuelta y un portazo. La verdad es que yo tampoco intenté acercarme. ¿Cómo iba a hacerlo si me tambaleaba entre los bares siempre intoxicado? Nunca me sentí digno de dirigirle la mirada y en realidad tampoco sentía que valiera la pena.

Sin embargo, allí estaba yo. Convertido en algo menos que humano, sufriendo ante el calor del verano y el frío de la soledad.

Decidí no seguir más así. Me levanté y abrí las cortinas tras las cuales encontré mi reflejo, con los ojos cristalinos de llanto y el ceño fruncido de odio. Iba a hacer que se arrepintiera, iba a retomar mi vida y me esforzaría en superarlo de la manera que fuese posible.

Primero que todo, limpiar mi habitación y ponerme presentable.

En la ducha, mientras el agua recorría mi cuerpo desnudo comenzaba a elaborar mi venganza. ¿Cuál sería la forma? ¿Avergonzarlo en público? ¿Humillarlo por dentro? ¿Quitarle todo lo que tiene?... ¿Estaba pensando formas de vengarme o recapitulaba lo que él me había hecho a mí?

En eso el jabón resbaló de mis manos hacia el suelo de la ducha. Al recogerlo no pude evitar un millar de recuerdos que se agolpaban en mi mente. Esa ducha siempre fue pequeña para dos personas y sin embargo ahora parecía que me agachaba hacia un océano interminable y solitario donde no me esperaba nada más que la asfixia. 

No podía seguir así, debía de pensar algo.

Con el jabón de vuelta en mi poder empecé a restregarme ahora más fuerte queriendo sacar cada impureza de mi piel, cada caricia y beso que seguían vivos en mi memoria. Quería erradicar de esta piel cada atisbo de Bronislaw, limpiar obsesivamente cada lugar que probó de mí, y, por sobre todo, sacarlo de dentro de mi pecho. Con el agua se iban, uno por uno, cada recuerdo de nuestros encuentros, cada pequeño mordisco en los pezones, cada felación oral, cada agarrón, cada recorrido que había tomado su lengua y cada lugar sobre el que eyaculó.

Al salir de la ducha, mirándome en el espejo del baño con la toalla en la cintura, ya sabía que es lo que haría. Lo volvería loco, loco por mí, que no pueda controlar sus impulsos, y que empujado desde el interior de su pecho caiga en mis brazos. Sabía que podía hacerlo. Y entonces, cuando ya fuera vulnerable frente a mí, comenzaría a asfixiarlo, pero no con mis manos, sino dándole la espalda y que se ahogue en la visión de mi sombra alejándose cada vez más, serenamente y sin mirar atrás. 

Las Estructuras Elementales de un Amor FuncionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora