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Todos danzaban al compás de la dulce melodía de la velada; las damas reían al unísono mientras que los caballeros y duques, a base de su egocentrismo, discutían ebrios sobre quien tuvo la mejor aventura en alta mar. A nadie le importaba la llegada del rey, solo a ella, a la joven sentada a su izquierda en la gran mesa principal, seguramente porque se trataba de su padre. Él era su única familia, y saber de su regreso luego de años y años de guerra hacían de ella, la joven más feliz de la tierra, se notaba en cada facción de su rostro.

Fuera del castillo la tarde se encontraba encantadora, y pudo notarlo por una de las ventanas del lugar, por lo tanto, se puso de pie y con una sonrisa hizo una reverencia ante el rey quien sin dudarlo besó su frente e inclinó leve su cabeza como respuesta. Con una sonrisa fulgente atravesó el salón, y al llegar a las puertas, los soldados que custodiaban esta, la abrieron para ella.

Al salir, luego de caminar por un largo y frío pasillo, los rayos de sol dieron sobre su piel haciendo que esta brillara, su palidez lograba tal contraste con sus ojos azules y sus oscuros cabellos, que más de un hombre se detuvo a admirarla. Ella caminaba, con su postura tiesa y sus manos finas a la altura de su cintura, saludando a cada duque, duquesa, lores o trovadores que se cruzara por el camino. Al llegar al pequeño jardín de flores, se acomodó en uno de los banquillos de piedra mientras observaba desde lo lejos cómo los músicos tocaban la guitarra morisca, el rabel y la flauta de pico, y como los infantes corrían de un lado hacia el otro.
Eso le recordó los días en que era "libre", cuando su única preocupación era jugar al escondite con sus pequeñas amigas que luego se convirtieron en sus damas; una de las infantes se dirigió hasta dónde se encontraba la princesa, con sus pequeñas manos la niña cogió un bello tulipán y se lo obsequió, con delicadeza lo agarró y en consecuencia le dedicó una sonrisa antes de que se marchara correteando feliz.

- La princesa de Urika es tan dulce... -murmuró una de las damas al sentarse junto a ella.

- Juliet ¿podrías colocarlo en un lugar donde se destaque?

Ella asintió y segundos más tarde partió el tallo, mientras tanto la princesa giraba apenas unos centímetros para darle la espalda, con sumo cuidado, su dama la colocó donde el cabello era recogido en forma de una media trenza pequeña, sujetando solamente los mechones cercanos al rostro y dejando su cabellera ondulada suelta hasta por debajo de los omóplatos. Juliet aplaudió satisfecha con una sonrisa en el rostro al mismo tiempo que la princesa se incorporaba para luego sujetar del brazo a su amiga para comenzar a caminar bajo el gran cielo azul.

Más tarde, la joven princesa y su institutriz se encontraban en uno de los salones del castillo, la lección del día era sobre poesía. La mujer, pedante y autoritaria, le había hecho leer más de veinticinco veces el mismo poema, aunque se tratase de guerra y que el mismísimo rey se había salvado por una pizca de suerte, a su institutriz no le importaba. Lo repitió veintiséis veces en voz alta hasta que llamaron a la puerta, a causa de esto la princesa sonrió sin separar sus labios al cerrar por fin el libro.

- Princesa, sus damas la esperan en sus aposentos para acicalarla, puesto que pronto la necesitarán en el gran salón - sin más que decir, y luego de una reverencia, el sirviente del rey se marchó.

- Su libro, Diot Quaine.

La joven le entregó el libro de escasas hojas al ponerse de pie, tan pronto como la mujer lo cogió, se dió vuelta y se dispuso a salir del lugar. Mientras caminaba a paso medio por los largos pasillos del castillo rumbo a su alcoba, percibió una voz que nunca antes había oído, y ante su curiosidad decidió cambiar el camino; al doblar hacia la derecha ya se encontraba dentro de uno de los grandes salones, y a pocos metros se encontraba un joven, no más de veintitrés o veinticuatro años conversando con un duque, precisamente uno muy allegado al rey. Trató de pasar desapercibida por detrás de las columnas de mármol hacia la otra entrada del lugar, para así poder adivinar de quién se trataba pero cuando su mente comenzaba a relacionar ese rostro con retratos que había visto, una voz familiar la sacó de si.

Rose Donde viven las historias. Descúbrelo ahora