II

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Luego de que abrieran la gran entrada al salón, se incorporó de inmediato sin afectarle las miradas de los guardias que se encontraban en cada esquina. Sujetó su vestido para no tropezar con este y se largó a paso ligero; al hallarse en el pasillo dónde sus damas aún esperaban por ella luego de varias horas, continuó con su marcha hasta que de a poco fue convirtiéndose en un ligero trote.

La futura reina quería huirle a lo dicho, no quería serlo, no estaba lista ni física como tampoco mentalmente. Era demasiado joven como para portar sobre su cabeza la corona de oro, y presidir una nación contra reyes que quisieran invadir. A causa de la muerte de su madre al momento de su nacimiento, siempre tuvo la esperanza de que el rey conociera a una bella dama con quién contraer matrimonio, para poder concebir un gran varón digno del reino. Pero eso nunca sucedió, esa dama nunca llegó, y ahora ese destino del que se escabulló desde pequeña recae en sus manos.

El sonido de los tacones percutiendo el suelo se oyeron en todo el reino, cubriendo sus sollozos. Mantenía la vista hacia delante por más que todos los presentes no le apartaran la vista y quedaran sorprendidos al verla llorar, las palabras del concejal se repetían en su cabeza, nublándole la vista con las lágrimas que brotaban.
De un atropello abrió las puertas al llegar a su alcoba, asustando a una de las sirvientas que preparaba el lecho para el momento de dormir. Al estar en el umbral, se detuvo de sorpresa, como si se hubiese congelado. Observó cada rincón de la habitación buscando quién sabe qué hasta encontrar a la mujer.

— ¡Largo! —exclamó de inmediato adentrándose para luego sentarse sobre un cojín.

La mujer, horrorizada, se alejó luego de hacer una reverencia ante la joven en llanto. Minutos más tarde aparecieron Juliet y Agnes, quienes se apresuraron tras su amiga al ver en el estado en que se encontraba. Una de ellas cerró las grandes puertas para que los sirvientes no escuchasen los quejidos que Rose emitía, se podía oír cómo se desgarraba por dentro, como sufría con cada vocablo que se reiteraba en su mente. Juliet se acomodó junto a ella pretendiendo consolarla, tratando de descifrar que era lo que había sucedido en ese gran salón. Al sentir a su amiga a su lado, viró sobre sí para poder hundirse entre sus brazos y ocultar su rostro rojizo e hinchado de tanto llorar.

— No puedo Juliet, no puedo hacerlo. —murmuró con la voz quebrada.
— ¿Pero qué ha pasado?
— ¿Se han referido a lo ocurrido durante el invierno? —añadió Agnes al sentarse sobre el suelo frente a ellas y extendiendo una mano sobre el regazo de la princesa.

Rose se incorporó despacio, como si estuviera acomodando cada vértebra de su columna, acto seguido negó con la cabeza mientras secaba las lágrimas que se escurrían por el rostro.

— Quieren que sea su reina. —respondió con la mirada perdida en el suelo, reprimía tanta angustia dentro de ella que ni siquiera podía observarlas.
— Pero eso es una buena noticia Rose —respondió Juliet tratando de levantar su ánimo.— ¿Por qué estás tan triste?
— No puedo. No merezco portar la corona.
— Sabes que sí, niña por favor, deja de llorar. —Agnes cogió sus manos y con sus dedos pulgares acarició estas al mismo tiempo que le regalaba una sonrisa.
— No Agnes, no soy digna de tanto poder. Mientras mi padre estuvo ausente no fui capaz de defender el reino, entraron, nos invadieron y se han llevado cosas de exorbitante valor.
— No seas necia, gracias a los dioses muy pocos fueron heridos, los soldados llegaron justo a tiempo, tú estuviste a salvo.
— ¿A salvo? —contestó la princesa atónita ante el acotación de Agnes. Separó las manos de su amiga para desplazarse hasta el tocador, dónde al ver su reflejo ajustó su vestido— Necesito aire fresco, y no pretendo compañía —sin más que decir, y sin observar a sus damas la joven princesa se alejó.

La oscuridad de la noche ya estaba presente, la corriente gélida de a poco anunciaba la llegada del invierno, y a consecuencia de esto la piel de la princesa se erizaba bajo las finas telas del vestido, aunque para los demás el frío no era obstáculo para continuar con los festejos, habían encendido hogueras y frente a ellas situaron cojines dónde se encontraban los invitados disfrutando del banquete. El rey no se ha visto desde la junta que tuvo con su hija, como tampoco el concejal Steel. Todos contemplan y admiran a la bella princesa asentada en la gran mesa solitaria, con la mirada perdida entre las llamas de la fogata a su derecha, la candente luz entre la oscuridad marca cada facción de su rostro, vuelve sus ojos cristalinos e intimidantes. Con un chistido de dedos y al alzar la copa, uno de los lacayos completó esta con vino por cuarta vez, al concluir inclinó la cabeza en forma de agradecimiento al niño que no alcanzaba a los trece años de edad. Luego de un gran sorbo se puso de pie para vagar entre los invitados, caminaba con seguridad y sostenía la copa con mucha delicadeza. Al adentrarse al castillo se encaminó al salón del trono, los dos guardias que custodiaban este se inclinaron al verla llegar, y al momento en que se encontraba dentro, la siguieron a unos pocos metros de distancia.

Rose Donde viven las historias. Descúbrelo ahora