— ¡Sussan! ¿Qué hiciste?La voz de su madre se hizo presente en el lugar. La menor le miró con sus dos pequeños zafiros, transmitiendole su miedo.
Miedo a si misma.
— Yo... yo no... no quería, ellos lo hicieron. —lágrimas no dejaban de rodar por sus coloradas mejillas. Sus pequeñas manos no dejaban de acariciar el suave pelaje blanco, adornado de grandes manchas oscuras pero también de un líquido espeso. El rojo vivo sobresalía de entre el blanco y gris. Sangre.
Ella solo quería jugar con el Sr. Manchas, pero luego aparecieron ellos y se acercaron a ella. Nunca lo hacían, siempre la observaban desde la oscuridad, pero ahora fue diferente, le hicieron daño a su mascota.
— ¿Quiénes?
— Las sombras. —susurró la pequeña con miedo de que ellos la escucharan y quisieran hacerle daño a su madre también.
[...]
— ¡Me niego a que esto siga! Nosotros ya no podemos ayudarla.
— Deja de hablar como si ella no fuera normal, tal vez Sussan no sea como Matt o Eleanor, pero eso no te da el derecho de referirte así de ella. Es tu hija y nos necesita.
John estaba cansado de que en estos tres largos años las sesiones con el doctor Colligan no dieran resultados, las alucinaciones de la niña iban aumentando con el tiempo. Empeorando al grado que la pequeña llegó a autolesionarse, despertaba con rasguños en sus piernas y brazos, ella culpaba a sus sombras. Ya no podía ver como su pequeña estaba destruyendose poco a poco.
Y el que Sussan haya golpeado con una piedra a Eleanor, fue lo que le hizo abrir los ojos para darse cuenta que una de sus pequeñas estrellas necesitaba algo más que amor y comprensión.
Encontró un lugar en el que podrán ayudarla. Ese es el por qué ahora él y su esposa discutían. Ella no quería que apartaran a su pequeña de ella, solo tenía nueve años y aunque lo que le hizo a Eleanor no fue bueno, una hija es una hija y aún cuando su pequeña no era como las demás niñas, no la iba a dejar afrontar todo esto lejos y sola en un lugar en donde las personas estaban enfermas, y Sussan no lo estaba, ella solo era...
— ¡Sé que es mi hija, y es por eso que quiero lo mejor para ella!
— ¿Y lo mejor para ella es mandarla lejos de nosotros? ¿Su familia?
— ¿Y que más quieres que haga entonces? Ya no podemos hacer nada por ella, el problema mental de Sussan solo empeora, ¿quieres dejarla aquí y que al siguiente en hacerle daño sea Matt? —Marián se quedó en silencio, su esposo tenía razón. Pero él no entendía que eso tampoco iba a poder ayudarla.
—No, ella no se irá, me necesita y no voy a dejarla —dijo mirando directamente a los ojos a su esposo. John suspiró.
—Entonces mis hijos y yo nos iremos, no quiero que ellos corran peligro cerca de ella, no podemos vivir así.
Tal vez John nunca sepa cuanto le dolió a su esposa escuchar esas palabras salir de sus labios. Y tal vez ella tampoco nunca sabrá lo que a él le dolió el que no lo detuviera cuando se dio la vuelta y salió de la habitación para poder ir por sus dos hijos.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, ella rompió en llanto, le dolía que no comprendiera sus acciones, lo amaba con toda su alma, pero ese sacrificio valía la pena. Su pequeña valía la pena.
[...]
Sussan miraba desde la ventana como su padre, su hermano y hermana subían al coche para irse.
"Todo es tu culpa"
"Tu culpa"
"Se fueron porque te tienen miedo"
"Eres un monstruo"
John antes de subir miró a su esposa, quien estaba parada en el marco de la puerta mirando con los ojos llenos de lágrimas a sus hijos y esposo irse.
"Algún día lo entenderás", pensó Marián.
Él miró hacia una de las ventanas del segundo piso, sus ojos se encontraron con los tan familiares zafiros. No mostraba enojo ni rencor, pero tampoco mostraba ese brillo de cariño con el que la veía antes. Lágrimas empezaron a rodar sobre sus mejillas sin poder evitarlo, ellos tenían razón todo era su culpa, si tan solo ella fuera normal su familia seguiría unida.
John, al ver las mejillas mojadas de la menor se le ablandaron los ojos, negó con su cabeza y se metió al auto, la castaña no se movió de la ventana hasta que vio el coche desaparecer de entre las calles.
Sussan empezó a llorar más fuerte, escuchaba sus risas, se burlaban de ella.
—Mi amor, no llores. —levantó su cabeza al escuchar la voz de su madre. Marián se acercó para abrazarla.
—Ellos dicen que papá, Eleanor y Matt se fueron por mi culpa. —sollozó en los brazos de su madre.
—Cariño nada de esto es tu culpa, ¿me escuchas? quíta eso de tu cabeza, ahora tu padre no entiende lo que hago por ti, pero sé que lo hará más adelante. —Su madre tomó entre sus manos su cabeza y unió su frente junto con la de su hija—. No los escuches hija, concéntrate en mi voz, solo en mi voz...
[...]
Ya habían pasado dos semanas desde que su padre se había marchado junto a sus hermanos. Sussan en ningún momento desde que se fueron dejó de sentirse culpable, ya estaba cansada de ver a su madre triste por estar separada de su padre, ya estaba cansada de que las voces le recordaran lo culpable que era. La pequeña pondría fin a ello y haría que su familia estuviera de nuevo junta, aunque eso significara que ella ya no formara parte.
Bajó silenciosamente las escaleras, sabía que ellos estaban cerca, siempre lo estaban. Los ignoró hasta llegar a la cocina, tomó uno de los cuchillos que estaba en la isla de la cocina, lo puso sobre su pecho.
Esto es por ellos, merecen ser felices.
Antes de que siquiera el filo del metal la tocara unas manos la detuvieron, ella asustada de que fuera alguna de esas sombras se defendió con el objeto en sus manos.
— Sussan no...
A la pequeña se le heló la sangre al reconocer a la propietaria de esa voz. Pero ya era demasiado tarde.
No ella, por favor a ella no, musitó en su mente.
Rápidamente fue hacia el interruptor y se encontró con la única persona que la amaba tal y como era.
Su madre estaba tendida en el piso de la cocina con una mano sobre la herida que su hija le había hecho.
— Tu padre... llama a... tu padre.
Sussan hizo lo que su madre había ordenado, llamó a su padre y en cuanto respondió, la pequeña no pudo evitar que se le cortara la voz al decirle que su madre estaba herida, su padre antes de colgar le indicó a Sussan que debía detener la sangre con algunas toallas.
—Lo siento, lo siento, yo no quería hacerlo. —repetía una y otra vez la niña a su madre. —Soy un monstruo, ellos tienen razón.
—Esto no...es tu culpa cariño. —dijo con dificultad—. Sussan, no te dejes controlar, eres... más fuerte... que ellos. Tú eres especial... —su voz se desvaneció y sus ojos se cerraron.
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Shades©
ParanormalEl Renacer de la Sangre Libro I: Shades »No te castigues mi niña, al final todo pasará y solo quedará en recuerdos. Y cuando la oscuridad sea tu compañera en la soledad, solo serás tú la única que podrá decidir sobre ti.