Capítulo 1

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Ian 5 años de edad.

—mami... ¿Por qué siempre llueve el día de mi cumpleaños, si es verano? —el pequeño Ian hacia pucheros mientras miraba por la ventana de su habitación la densa lluvia cayendo. Eso no era justo, siempre llovía el día de su cumpleaños, no podía salir a jugar con sus mejores amigos, Brad y Anne, además la lluvia impedía que los niños vinieran a su fiesta, en la que siempre eran sus padres, y sus abuelos.

Evelyn no supo que decirle a su pequeño de ojos grises y cabello dorado oscuro, ni ella misma entendía el porqué de ese extraño suceso que se daba hace cinco años, los mismos que su pequeño bebé cumplía ese mismo día. Desde esa noche de lluvia hace unos años, cuando el pequeño nació, cada año, el mismo día la lluvia se apoderaba del verano, pero lo más extraño es que el suceso solo se daba en el alejado pueblo de San Luis, si salias de los límites del poblado el calor del verano seguía siendo abrazador y el sol reinaba con majestuosidad. El fenómeno ya había llamado la atención de varios personajes de la ciencia y el periodismo de la gran ciudad, este era el segundo año que el pueblo se llenaba de personas que anhelaban entender la desconocida razón del fenómeno.

—esto es por la maldición, es la maldición de la casa de los McLean—la profunda voz del mayor de los Morris se escuchó en la sala de la casa.

—papá, por favor —Steven le rogó a su padre, desde que era niño había escuchado las historias acerca de esa casa y aunque el mismo cuando niño se había muerto de miedo al oírlas, ahora, más adulto estaba convencido que eran sólo viejos mitos.

—esto es porque Ian nació en esa endemoniada casa, jamás debieron entrar en ella... Esto seguirá a mi nieto toda su vida —se lamentó. Él  lo sabía, aunque ya muchos no prestaban atención a las antiguas historias de la casa de los McLean, él sabía que eran ciertas, en su juventud, creyendo que esas historias eran solo leyendas de viejos seniles él y sus amigos, haciéndose los valientes, decidieron pasar la noche en esa casa. El olor a sangre se combinaba con los extraños ruidos, y esa sombra, esa sombra espeluznante que se paseaba como buscando algo o a alguien, no los dejó dormir.

El mayor de los Morris sabía que algo había en su pequeño nieto, lo sentía, lo veía en sus hermosos ojos grises y lo que era peor, es que sentía la misma sensación de terror que sintió en la casa de los McLean, cada vez que, de noche, entraba en la habitación de Ian, algo o alguien seguía a su pequeño y estaba seguro que eso no terminaría de la mejor manera, incluso le había pedido a su hijo que consiguiera un trabajo en la ciudad y se fueran del pueblo, creía que esa, era la única manera de poner a salvo a la luz de sus ojos.

Ian jugaba con sus regalos, sus padres y sus abuelos lo habían llenado de juguetes nuevos, pero realmente el que más le gustó fue el oso de peluche que Brad le regaló, era enorme, casi de su tamaño y eso lo tenía alucinando. Había estado triste ya que todo el día había estado lloviendo y pensó que su mejor amigo no iba a venir a saludarlo, Anne no pudo hacerlo pero le había hablado por teléfono, pero sus ojos brillaron cuando vió el auto de los Graham llegar a su casa, Brad nunca lo iba a dejar solo. Su madre entró en su habitación para que se acostara, solo se alejó para lavar sus dientes y volvió a su oso, lo tomó en sus brazos y se metió en la cama, abrazado a su nuevo juguete favorito se durmió no sin antes recibir el beso de buenas noches de sus padres.

Apenas el pequeño se durmió una densa niebla comenzó a rodear la casa de los Morris alejandola de la lluvia, todo cayó en un silencio absoluto, incluso la luz falló sumiendo la propiedad en la más densa oscuridad, una sombra aún más oscura se deslizó cerca de la cama donde el pequeño dormía aferrado a su oso, sonrió de manera cínica y alargó sus deformadas manos hasta la cabeza llena de rizos oscuros.

—McLean... Nunca debiste volver... —la voz gélida de ese ser lleno de ira y sed de sangre inundó la habitación, el inocente niño tembló aún dormido, su pequeño cuerpo daba espasmos de terror como si su alma estuviese consciente del espíritu junto a él— haré que regreses al infierno, del que no debiste volver... —la puerta se abrió y la luz de una linterna se coló en la densa oscuridad, el abuelo Morris quedó paralizado ante lo que veía, un espíritu que estaba junto a su nieto, el que temblaba de terror aún en la inconsciencia. El ser sonrió de la manera más cínica que había  visto y desapareció, en ese instante la luz regresó y la lluvia cesó de golpe, Ian se despertó gritando y llorando desesperadamente, los gritos desgarradores despertaron a sus padres, su abuelo por fin pido moverse, corrió hacia su nieto y lo tomó en sus brazos, el pequeño temblaba y respiraba con dificultad.

Tenía que sacarlo del pueblo, Ian no podía vivir allí.

(...)

Ian, 10 años.

—¡no tan rápido! —se quejaba Anne, Brad e Ian se miraron y sonriendo pedalearon a toda velocidad alejándose más de su lenta amiga que intentaba seguirles el ritmo. La niña se paró indignada por la actitud de sus amigos, apenas hace unos días su padre le había quitado las ruedas entrenadoras a su bicicleta mientras los chicos no las usaban ya hace mucho. Cuando se dieron cuenta que su amiga no los seguía, los chicos regresaron por ella.

—era una broma, Anne, no te enojes —dijo Ian al llegar a ella, su amiga lo miró con el ceño fruncido y le sacó la lengua, con una sonrisa, el chico apretó las mejillas de su mejor amiga.

— ¡oh! ¡Ya vieron donde estamos! —la voz  emociona de Brad los hizo girar sus rostros hasta él.

Todo el cuerpo de Ian se puso en alerta, odiaba ese lugar, odiaba como todo el  vello de su cuerpo se erizaba solo por pasar cerca de esa casa. La antigua mansión que apesar de los años seguía siendo realmente admirable, parecía atento a cada movimiento que él daba, sabía que era una locura pero estaba seguro que la casa lo observaba y en cierto modo le atraía, cada vez que tenía que pasar por esa calle un indescriptible e irracional  miedo se apoderaba de cada parte de su cuerpo, sus manos sudaban, su respiración se agitaba y sentía como si un agujero reemplazara a su estómago; pero lo que de verdad lo dejaba en un estado de intriga eran las imágenes que se formaban en su mente.

... La casa se veía hermosa, decenas de empleados entraban y salían de ella con atuendos extraños, se veía a un elegante hombre delante de la gran mansión, admirando su belleza y regodearse con los comentarios de otros señores que en antiguos autos llegaban al lugar. Pero en un segundo algo llamó completamente la atención de ese señor; una niña, la jovencita de unos doce años llevaba un enorme ramo de flores en sus pequeños brazos, era hermosa, un cabello castaño oscuro del que centellaban hebras rojizas con en brillante sol de mediodía, unos enormes ojos, tan verdes como las hojas de los árboles que adornaban el inmenso jardín, una nariz respingona y unos labios en forma de corazón que se le antojaron la fruta más deliciosa...

—Ian... ¡Ian! —el fuerte grito de Brad frente a él lo hizo salir del trance en el que se encontraba, no era la primera vez que veía esas imágenes pero si, la primera vez que las sentía tan reales como si ese hombre fuese... él mismo.

—¿estás bien? Parecía que no respirabas —Anne lo miraba preocupada al igual que su mejor amigo, le costaba enfocar sus ojos y su pecho subía y bajaba con rapidez.

—estoy... bien, solo... solo vámonos de aquí... —el tono de súplica en su voz hizo a sus mejores amigos fruncir el ceño pero asintieron. Brad veía a su amigo a cada minuto pues parecía que pedalear le costaba, Ian siempre se ponía nervioso cerca de la casa embrujada –como todos llamaban a la antigua mansión de los McLean–, pero hoy había pasado algo más, algo que él como mejor amigo tenía que descubrir.

ConexiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora