Amenaza

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Daba vueltas en mi cama, recordando.

Así que esa pequeña, ¿una Jullian? Debí haberme dado cuenta; pero al parecer nadie sabe sobre su pequeña travesura al salir de casa... Aquella por la que fue encerrada en el calabozo de torturas.

Sonreí, dudo que ella quisiera volver a pasar por ahí. Mi respiración se agitó levemente, emocionada.

¿Qué tenía esa chica que me hacía querer tenerla? Humillarla, hacerla mía. Podría ser su carita de porcelana, o su actitud de cachorro golpeado. Sonreí. Me encanta, de verdad me encanta.

Me levanté de la cama, era muy de noche. Mi casa -una pequeña casa vieja, pero bastante arreglada- quedaba a unas cuadras de la mansión de los Jullian...

La tentación comenzó a recorrerme. No pasaría nada si yo iba a hacer una pequeña visita... ¿No?

Por otra parte, si me pillaban, me iba a ir mal. Las consecuencias serían catastróficas para la iglesa, y para mí.

Mi sexo palpitó en respuesta.

Maldita sea con el deseo de lo prohibido que nos recorre a todos los humanos.

Me levanté con brusquedad y decidí salir de aquél recinto. Estaba emocionada como si tuviera un juguete nuevo, ¿qué le haría primero? ¿qué quiero, dolor o placer?

Un estrépito me hizo parar en seco en el umbral de la puerta. Voltee a mirar, sorprendida y un tanto abochornada por ser pillada. Un bulto se removía en el suelo, buscando levantarse. Resoplé cuando me di cuenta de que aquél bulto había dejado un peluquín -muy familiar- en el suelo.

El barón se levantó, sacudiendo su vestimenta llena de polvo y mirándome como si esperara que comenzara a excusarme. Lo miré, alzando la ceja, a lo que respondió alzando su gordo dedo y señalándome acusadoramente.

—¡Ajá! —exclamó.

—Es de mala educación señalar, barón —dije, conteniendo la risa. No se había dado cuenta que su cabeza seguía brillando en una calva deslumbrante.

Carraspeó y recobró su compostura, mirándome altivo.

—No se haga la idiota, Varleen —expresó—. ¡Usted se dirigía a ver a los Jullian!

Sonreí, mi mente trabajando más rápido que de costumbre.

—Barón, ¿cómo puede creer usted que yo haría tal cosa después de su amenaza?

Me miró, desconfiado.

—¡Conmigo no adopte esa nobleza hipócrita, Varleen! —Sus ojos se entrecerraron aún más— Puedo oler sus intenciones a miles de distancia.

Suspiré, queriendo acabar con este juego. La inoportuna intromisión del barón me había hecho recobrar la razón por un instante. Mi sexo se tranquilizó, posiblemente por la imagen nada favorable del barón sin peluca, que parecía más una papa con piernas.

—Usted sabe que yo cumplo mis amenazas... —susurró—. Si esa chica dice algo...

—Ya lo oí la primera vez.

Algo centelleó dentro de mí una vez más. Oscuros demonios internos me recordaron lo peligroso que era esto, y por un momento, decidí dejarme llevar.

Caminé sin importar que el barón siguiera observándome, la casa de los Jullian estaba cerca. Tenía algo divertido escondido entre mi piel y mi mente, que sin duda llevaría a cabo.

—¿A dónde vas? —preguntó.

—A propósito —dije alto, sin detenerme—, no deje caer su peluca de nuevo.

La TorturadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora