Un pequeño día nuestro

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Quizá él debería estar haciendo otras cosas, o preparándose para salir con tiempo. Quizá era una palabra adecuada; en especial cuando un joven de cabellos castaños llevaba cerca de media hora jugando con un alegre pastor alemán, o cuidando a su gato entre siestas.

A veces se preguntaba, cómo es que el perro de Ludwig no se peleaba con su pequeño amigo. Ese perro lucía atemorizante, al igual que su dueño; pero, compartía algo con el alemán: eran en realidad de carácter amable, con un duro exterior.

Ludwig era el mejor Alfa que pudo conocer, estaba seguro de ello.

Poniéndose de pie, y arreglando su pantalón, se dirigió al sótano. Aquel día iba a cenar con Ludwig, en honor al año que llevaban saliendo. Feliciano quiso llevar algún presente, y sorprender al estoico Alfa, por lo cual, ocultó su regalo en el último lugar que jamás se perdiera, o sería descubierto: el sótano de la casa de Ludwig. Con lo ordenado que era su casa, su regalo estaría en buenas condiciones, además que jamás imaginaría el alemán, que estuviera algo así oculto en su propio sótano.

— Ve~ — admiró orgulloso su plan una vez más, abriendo la puerta del sótano para ir por su regalo. Revisó un reloj cercano, y vio con alivio que aún tenía mucho tiempo—, ¡te sorprenderé Lud! — afirmó el Omega, bajando las escaleras con absoluta confianza y alegría.

Todo iba espléndidamente, sin duda; al menos, hasta que el sonido de la puerta cerrándose lo hizo saltar del susto. Feliciano giró con terror hacia la entrada, y recordó una de las características de la casa del Alfa: todas las puertas se tenían seguro automático, el cual se activaba apenas se cerrarán.

Ludwig era alguien muy precavido.

— ¡NO! — gritó el castaño, lamentando su desgracia, y viendo su vida frente a sus ojos, una que tal vez terminaría ahí, sumido en la oscuridad...o eso pensó cuando se cansó de golpear la puerta, y comenzó a sentir hambre.

Vaya desgracia, y tan lejos de Ludwig, quien siempre podía sacarlo de las peores situaciones.

— ¿Ve? , aquí hay un interruptor— prendió las luces del bien ordenado sótano; feliz de que no perecería en las tinieblas.

No es que fuera a morir en realidad, pero, el Omega odiaba los lugares oscuros, o estar solo; o quedarse encerrado; Feliciano era alguien dramático, si se veía objetivamente.

Temiendo no comer nada aquel día, se sentó en el primer escalón que descendía hacia el frío sótano; y comenzó a tener miedo de otra cosa: recordó cuán furioso se ponía su pareja por llegar tarde.

Pero esos pequeños detalles no eran de predecirse; menos que su gato, empujaría la puerta en su carrera, huyendo del perro, quien lo persiguió cuando el minino decidió robarle su comida.

Nunca podría adivinar esos eventos; o que los focos se fundirán después.

— ¡Ehhh! — Feliciano accionó varias veces el interruptor— ¡Luuuudwig!

A veces, hasta el mejor plan tiene sus fallos.

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Un Alfa de cabellos rubios, daba pequeños golpecitos con sus dedos en la mesa, impaciente y algo desanimado. Sabía que el Omega era distraído, pudiendo perderse toda una tarde al tomar una siesta, pero nunca lo había dejado así, no tanto tiempo; que no contestara era otra cosa que lo frustraba.

— ¡Lud!, no esperaba verte aquí— dijo un hombre de cabellos plateados y ojos escarlata, que pasaba cerca de la mesa del rubio, junto al tímido canadiense, y sensato Omega, llamado Matthew —. Nosotros terminamos una cita.

Un pequeño día nuestro [GerIta] [Hetalia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora