Aquella noche llovió, llovió sobre mí, llovió sobre tí y llovió sobre el mundo... En aquel pequeño cementerio llovió, borrando las desesperadas lágrimas que corrían por mi rostro, lágrimas de dolor, de despedida.
Tu cuerpo frío y sin vida reposaba sobre el suelo mojado, sobre el pecho agarrabas un ramo de rosas negras, negras como la noche que nos envolvía y guarecía... Sonreías, ¿Por qué? el amor fue tan especial, ¿Acaso mereció la pena?
Nos entregamos nuestros corazones, a ti no te pareció suficiente; decidiste que tu vida también debía pertenecerme, y allí, en ese oscuro callejón londinenense me lo entregastes todo ¿Por qué?
Mis labios se abrieron y de las profundidades de estos brotó un gemido agónico, que rompió la noche en dos... Te tenía junto a mí, tan cerca y al mismo tiempo tan lejos.
No te pude recuperar y jamás lo haría, aquella noche llovió, llovió sobre mí, llovió sobre tí y llovió sobre el mundo...