Capitulo I

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Ella estaba harta de esto.

Estaba enferma de todo, lo único que le quedó fue el cuerpo pecaminoso que posee.

Sin alma, sin cordura, sin emoción.

Sin nada.

Ella ha sido prácticamente denigrada cada día, solo Dios sabe cuánto sufrió.

Pero ella todavía estaba respirando.

Ella ha estado absorbiendo el oxígeno restante que proporcionaba la pequeña ventana en la esquina de la habitación estrecha, junto con las fétidas respiraciones de innumerables hombres que quedaban.

Duele.

Lo que el hombre le estaba haciendo a ella era hiriente.

Entonces, una fuerte bofetada aterrizó en su mejilla ruborizada. Rojo debido al golpe.

"Eres una atrevida, mirándome así. ¿eh?" Y otra bofetada, y otra, y otra...

Eso no fue un hombre, eso fue un completo mounstro.

"Necesitas que te den una lección".

Aquel hombre mostró su lado frívolo y corrompido, tanteando sus pechos, con fuerza, empujando su hombría dentro de ella con dureza, y desgarrando implacablemente su cuerpo, desgarrando dentro y fuera.

Todo lo que importaba era encerrarla en esa habitación durante horas, día y noche, todo el tiempo que podían, antes de que alguien decidiera tomar algo más de ella.


"¿tienes algo en los ojos? ¿Por qué los mantienes cerrados?"

Y ahí estaba. Sintió un metal frío siendo empujado cerca de su ojo derecho, cuando finalmente se rindió ante la amenaza del soldado, vio una sonrisa desagradable, y fue ahí cuando ella comenzó a arrepentirse de su decisión.

Pensó que estaría mejor sin ser testigo de ver su cara sucia y desagradable.

Ella escuchó que él suspiró con satisfacción cerca de su rostro, antes de que continuara embistiendo contra ella, mordiendo su nívea piel.

A uno le gustaba que fuera así, a otro le gustaba que fuera tal..

Trató de recordar, para poder soportar la tortura más fácilmente.

¿Pero por qué ella intentaría hacer eso?, perdió la cuenta después de una docena, ¿cuántas caras debería enfrentar cada día?,* demonios*, incluso había perdido la cuenta de cuántos días había pasado en esa maldita habitación. Pero si ella no estaba equivocada, probablemente era el duodécimo mes, más o menos.

Después de que el palo golpeara la campana a la décima vez, marcaba el final del día. Para ellos, las mujeres de confort estaban fuera de servicio a las 9, luego se les daba un tiempo para lavarse antes de que las llevaran a sus respectivas habitaciones.

Esa noche no fue la excepción, estaba lista para dejar todo lo malo sucedido en ese día y prepararse para mañana, se acurrucó en la esquina de la habitación.

Encima de la estera donde 'trabaja', debajo de la fina manta que se le dio para esconderse.

Pero entonces, su puerta se abrió con un chirrido.

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