Roberto (I)

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    Los recuerdos llenaron la memoria de Roberto mientras fumaba un cigarrillo, sentado al borde de un barranco. Viajar por la carretera le suscitaba cierta nostalgia. No pudo evitar evocar aquellos días en que podía montar su motocicleta y escaparse por la ruta, solitaria y ancha. También lo invadieron los recuerdos de sus amigos, sus eternas charlas y las cervezas que compartían los sábados por la noche hasta el amanecer. Recordó cuando los valores significaban algo y existía una sociedad, en lugar de una jungla de pocos humanos. Recordó cuando soñaba más de lo que extrañaba. Recordó los primeros días después del fin y el dolor agudo de la pérdida, un dolor que anhelaba no poder recordar.

    Antes de la guerra, había sido mecánico de automóviles y motocicletas. No existía en la ciudad alguien mejor que él. Todos sus clientes le tenían un gran aprecio y a menudo se convertían en amigos. En ese tiempo no se llamaba Roberto: ese era el nombre que se había puesto después de perderlo todo. Ahora no conservaba nada de su vida pasada, ni la mirada, ni las ropas, ni el peinado; sólo un tatuaje con dos nombres.

    Finalmente se obligó a dejar de pensar. Revolver el pasado era un error, un recurso masoquista para evadir la realidad por un instante. El mundo ya no era el de antes y no volvería a serlo. Él tampoco. Se había convertido en un trotamundos cualquiera, un peregrino sin rumbo alguno. Vestía una campera color verde musgo, vieja y sucia. Tenía rasgos fuertes, acompañados por una barba dura y dispareja que afeitaba con navaja, mirando su reflejo en el agua de los lagos, los arroyos o los charcos de lluvia. Su pelo era de un negro gastado, corto pero desprolijo.

    Alumbrado por el atardecer, disfrutando de los últimos rayos de sol que se colaban entre las nubes diáfanas, aspiró profundamente la última pitada del cigarro hasta quemar la colilla. Luego de tantos años sin compañías tabacaleras, un cigarrillo procesado se aprovechaba hasta el final. Al costado de la ruta, espantando las moscas con su cola, lo esperaba Preciosa. Su yegua y amiga, negra como el ébano, lo acompañaba casi desde el principio.

    -Hora de partir, morocha -le dijo su dueño mientras la acariciaba. La montó y se apresuró a buscar refugio.

    Durante algún tiempo había formado parte de comunidades, pero la mayoría habían acabado destruidas por el saqueo o disueltas por el egocentrismo de sus integrantes. Hacía varios años que evitaba el contacto con las personas. No sólo porque ya no se podía confiar en la gente, sino porque tampoco quería establecer un vínculo afectivo con nadie. Por cuestiones de seguridad, nunca pasaba dos noches en el mismo sitio. La vida le resultaba más llevadera en soledad y únicamente se relacionaba con gente si esto le originaba un beneficio a corto plazo.

    Después de una hora de cabalgar, su yegua se negó a seguir adelante. No estaba acostumbrada a viajar de noche, le daba miedo y disminuía su visión. Roberto tuvo que bajarse y seguir a pie, guiando al animal con su rienda. Era muy tarde para deambular; lo único que se divisaba eran los árboles tupidos y el asfalto de la carretera. Sólo se escuchaban sus pisadas y el cantar de los grillos. Si hubiese sido la primera vez que se encontraba en esa situación, habría sido desesperante.

     Resignado, desempacó su equipaje bosque adentro y comenzó a prepararse para dormir a la intemperie. Ató a la yegua en el árbol más cercano a su lecho. Dispuso un alambre de púas a través de los pinos en un radio de seis metros, a unos veinte centímetros del suelo. De esta forma, tropezaría cualquier intruso que intentara acercarse. Colocó cartones secos en la tierra, se acostó sobre ellos y se tapó con una fina lona. Por último, dejó su viejo revólver al lado de la mochila que hacía las veces de almohada.

    Nunca dejaba hogueras encendidas mientras dormía, pues alertaría de su presencia a cualquier persona o animal salvaje. Aunque la gente era peligrosa, las bestias podían serlo aún más en ciertas ocasiones. Después de algunos años en que la mano del hombre dejó de trastornar la naturaleza, las distintas especies desarrollaron capacidades e instintos más fuertes. Los lobos habían aumentado su tamaño y su fiereza, los osos eran más resistentes a los disparos y los perros salvajes cazaban en manadas organizadas.

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⏰ Última actualización: Jun 25, 2018 ⏰

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Los días después del finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora