I CAPITULO 3 I

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Viernes

Por la tarde

Un amable policía llamado Steve sacó a

Kevin por detrás y lo llevó a la agencia

Hertz de alquiler de autos. Veinte

minutos después Kevin tenía las llaves

de un Ford Taurus, casi idéntico al Sable

que ya no existía.

—¿Está usted seguro de que está

bien para manejar? —inquirió Steve.

—Puedo manejar.

—Está bien. Lo seguiré hasta su

casa.—

Gracias.

Era una antigua casa de dos pisos

que Kevin compró cinco años antes,

cuando tenía veintitrés, usando algo del

dinero de un fondo de inversiones

establecido por sus padres antes del

accidente automovilístico. Un chofer

borracho chocó el auto de Mark y Ruth

Little cuando Kevin tenía solo un año;

según el informe murieron al instante. Su

único hijo, Kevin, había estado con una

niñera. El pago del seguro lo recibió la

hermana de Ruth, Balinda Parson, quien

obtuvo la custodia plena de Kevin y

posteriormente lo adoptó. Con algunos

trazos del bolígrafo de un juez, Kevin

dejó de ser Little y se convirtió en

Parson. No tenía recuerdos de sus

verdaderos padres, no tenía hermanos o

hermanas, ni posesiones de las que

supiera. Solo una cuenta de un fondo de

inversiones fuera del alcance de

cualquiera hasta que cumpliera

dieciocho años, para disgusto de la tía

Balinda.

Resultó que Kevin no tuvo necesidad

de tocar el dinero hasta que tuvo

veintitrés años, y para esa época se

había convertido en más de trescientos

mil dólares... un pequeño regalo para

ayudarle a conseguir una nueva vida una

vez que descubrió que la necesitaba.

Hasta entonces había llamado «madre» a

Balinda. Ahora se refería a ella como su

tía. Eso es lo único que ella era, gracias

a Dios. Tía Balinda.

Kevin entró al garaje y salió del

Taurus. Agitó la mano cuando pasó el

policía, y luego cerró la puerta del

garaje. La luz programada se apagó

lentamente. Entró al cuarto de lavar la

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