Mi inicio

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"La literatura es esencialmente soledad. Se escribe en soledad, se lee en soledad y, pese a todo, el acto de la lectura permite una comunicación profunda entre los seres humanos".  ~ Paul Auster ~ 

No me gustan las historias, pero me gustan los momentos. Quizá me puedan llegar a gustar las historias de momentos.

Momentos. Recuerdos clave de una vida, en ocasiones difuminados por el presente, por las prisas, por los sueños.

Y es que a veces los sueños distorsionan la realidad y convierten los momentos que están guardados en el jardín de los recuerdos de mi mente en cuadros mal restaurados.

Antes de él me descubría a mí misma creando momentos imaginarios con personajes inexistentes en la realidad común, pero no en mi realidad. En mi realidad ellos eran mi fuente de felicidad. Soñaba despierta historias en las que yo era la princesa, o en las que yo era la heroína. Historias formadas a partir de mis delirios y ensueños de ávida lectora, tan estrambóticas e incomprensibles que jamás he logrado compartir con nadie. Antes de él solía enamorarme de un personaje en cada libro, que en instantes se convertía en mi nuevo Adonis, un fruto del que crecía el árbol de mi imaginación.

Pero luego llegó él.

Yo vivía convencida, ignorante de mí, creyendo que jamás la perfección de mis sueños podría equipararse con la deteriorada realidad, exenta de fantasía. Ilusa de mí.

Él me mira con la profundidad de un océano infinito. Sus ojos me proyectan un velo oscuro, seductor y cruel que se burla, casi sin saberlo, de mi ignorancia y me atrae como una polilla hacia la luz, deseosa de descubrir sus más profundos misterios. A veces le descubro miradas furtivas, impresas de cariño silencioso, un amor desbordante que me paraliza. Otras veces sólo encuentro normalidad. Realidad.

¿Por eso me enamoré de él?

Él me abraza con brazos seguros, guiados por sentimientos incontrolables. Allí, junto al sonido de su corazón, vivo protegida, amada y en un completo éxtasis de felicidad en el que podría permanecer toda mi vida. Y toda la eternidad. Otras veces sus abrazos son rápidos y efusivos, inexistentes, en los que solo encuentro normalidad. Realidad.

¿Por eso me enamoré de él?

Él me acaricia y me besa el rostro lentamente, como si todo su tiempo debiese estar invertido en esa acción tan simple y explosiva que me hace viajar a mundos indescriptibles. Que enciende mi deseo más profundo, hasta entonces dormido. A veces ese tiempo eterno no existe, ni sus besos, ni sus caricias. Sólo la normal frialdad y su desoír, como si no estuviese allí. Realidad.

¿Por eso me enamoré de él?

Y miles de veces me hago esa pregunta, miles de veces deseo entender por qué no puedo apartarlo de mi mente y de mis recuerdos, esos momentos imaginarios plagados de realidad: Se acabaron los sueños de lector, los mundos que tantas veces había formulado...Ya sólo quedaba él. En todo lugar, en cada día, minuto, segundo; mi único pensamiento es para él. Y vivo encadenada a ese deseo, un ardor de pecho que se extiende por todo mi cuerpo.

Porque no sé la respuesta a esa pregunta. No recuerdo cuándo sucedió, porque esos momentos han sido profanados por mis sueños. No recuerdo mi edad, ni el día, ni cómo llegó a pasar.

Solo sé que escuchar su voz despierta a mi corazón como una canción despierta sentimientos, que su sonrisa hace que crezca instantáneamente la semilla de mi felicidad, que su mirada me pierde como las palabras más dulces de mi libro favorito y sus besos introducen en mí mil mariposas de cristal que revolotean en mi bajo vientre y que vuelan por mi columna como un rayo.

Pero esos son los momentos en los que vivo en un sueño. También están los momentos reales. Momentos en los que él se aparta y se contiene, en los que no me mira, me ignora y me olvida.

Porque, quiera o no, lo acepte o no, estoy enamorada de él. Y eso está prohibido.

Y odio controlar las miradas y aguardar, hecho que sólo hace que desee más mirarle. Odio reprimir mis impulsos de saltar sobre él para abrazarle, simulando indiferencia, hecho que sólo hace que desee más sus brazos alrededor de mi cuerpo, amándome. Y odio no saber si besarle y tocarle, movida por el miedo de su rechazo por excederme, hecho que sólo hace que muera cada día por recibir un beso de sus labios.

Ya no soporto más el vivir reprimida, encarcelada, enmascarada. Una fina línea entre lo moral y lo inmoral. ¿Por qué no me alejo? Sí, es algo que he pensado e incluso he puesto en práctica en un intento de liberarme del dolor. La liberación de una vida de cadenas y sombras esquivas, pero, sobre todo, el escape del incontrolable deseo de sueños imposibles.

¿Una respuesta? Porque no puedo. No puedo alejarme de él. Porque los momentos de amor superan con creces las desilusiones, las esperas eternas, el control y el dolor. 

Porque vivo total y absolutamente enamorada, un amor tan profundo, que ha calado tan dentro mía que ya no puedo vivir sin él. Un amor por el que doy mi tiempo, mi sacrificio y por el que daría mi vida.

Y ahora, como en cada momento, sólo puedo suspirar con los ojos cerrados cuando su nombre escapa por mis labios entreabiertos.

"Severus Snape"

Désiré [Completada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora