2. Puede ser su gran noche

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Sofía y Marcos se sorprendieron mucho cuando René les propuso salir en el fin de semana. Ellos, viendo un milagro en esos mensajes, aprovecharon y no solo le tomaron la mano, sino el brazo entero. Desde el jueves, René estuvo saltando con ambos de discoteca en discoteca, y entre medias descansando en pubs. No podía con aquella marcha infernal, pero continuaba sin quejarse —no mucho—. Era el siguiente deseo que había apuntado en la lista y tenía que cumplirlo aquella semana, aunque sus amigos, inconscientes de ese hecho, le llevasen al límite de sus posibilidades energéticas.

Se observó una vez más en el espejo de la entrada y se sacudió el cabello. A pesar de haberlas intentado disimular, las ojeras eran intensas, igual que la caída del cuerpo en su pose natural. No tenía más ánimos y allí estaba, preparándose para coger el pomo de la puerta y abrir. Se iría solo; le pareció curioso que no hubiese nadie más en el piso. Se había acostumbrado a ver a José en cada esquina, atento a sus pasos y a sus nuevas ideas. No podía negar que, a pesar de la actitud burlona, le caía bien.

Marcos le estaba esperando en el portal. Aquella noche vestía más roquero que las anteriores: camiseta con bolsillo, unos vaqueros rotos, una chupa de cuero y unas botas negras. La gomina de su tupé se podía percibir desde la otra acera; su pelo brillaba con demasiada fuerza. Le saludó con una palmada en la espalda que casi le derriba. Aun así, Marcos no quiso percatarse de que el ritmo de René se había acabado hacía dos noches. Tiró de él como si fuese un carro para que fueran a recoger a Sofía, que llevaba esperándoles un cuarto de hora.


Ella no había conseguido convencer a Marcos de bajar la intensidad de la fiesta, pero no pareció preocuparle tanto. Los condujo hasta «El puerto», una discoteca céntrica en la ciudad bastante famosa que no habían tenido tiempo para pisar. René estaba sorprendido de que quedasen más sin descubrir. La puerta, que tenía una cancela de hierro exterior, estaba custodiada por varios porteros, todos con caras poco amigables. Sofía pasó sin problemas y atenta la mirada de los porteros, a quienes tanto Marcos como ella les dedicaban miradas furtivas. En cambio, la entrada fue bloqueada para René. Comprobó a quién pertenecía el brazo en una suave caminata ascendente de sus ojos hasta encontrarse ante un hombre que le sacaba dos cabezas y medio cuerpo musculado. Le pidió con gravedad el DNI. René no reaccionó hasta que sus amigos, detrás de los porteros, repetían a gritos lo que le había dicho. Buscó entonces en sus bolsillos, lo que le llevó varios minutos, la cartera y se lo entregó con desgana por el cansancio. El portero también se había dado cuenta del estado de René, y contenía la risa mientras comprobaba el carné y se lo devolvía. Marcos y Sofía, una vez abrieron el paso, lo arrastraron hacia dentro sin dejar de disparar con las miradas.

La primera zona de la discoteca era un amplio patio que se usaba como terraza de verano. Por él vagaban algunos rezagados que querían fumar y otros que querían hablar sin molestias. A René le pareció encantador, adornado con escasas macetas y con un suelo de loza; le recordaba al de su casa, aunque mucho más grande y estilizado. Luego, entraron donde estaba todo el movimiento, es decir, la música y la acción. Se introdujeron a base de empujones, disculpas y cogidos de las manos para evitar perder a René. Llegaron hasta la barra y Marcos se hizo un hueco para intentar pedir. Sofía agarraba con ambas manos la cara de René, que parecía caerse a los lados en un intento de hundir a su dueño en el descanso. Gritaba su nombre, pero no era audible por la mezcla de voces en la multitud. Marcos se unió y le ofreció una bebida alcohólica de la cual René no pudo distinguir el sabor. Los días anteriores no había conseguido que le gustase ninguna de las que le habían pedido, sino que todas las escupía al primer sorbo. Por fin habían encontrado la indicada; quizá deberían haber empezado con el tan común cubalibre. Aun así, René daba tragos acompañado de muecas indescifrables para ellos; el sueño le engañaba y por el color creía que era solo refresco. A Sofía se le ocurrió intentar hacerle bailar, sin mucho éxito, porque el contoneo de René era extraño y decaído, imperceptible para alguien con un par de copas. Desistió a los treinta segundos de canción y optaron charlar, lo que acabó con René desplazado por la nula participación. Le costaba incluso escuchar lo que decían, entender de lo que hablaban, y ellos le habían dejado de prestar súbitamente atención. De hecho, ni Sofía ni Marcos se dieron cuenta de que alguien estaba sacando a René del salón de la discoteca.

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⏰ Última actualización: Nov 19, 2017 ⏰

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