CAPITULO UNICO

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ORGANIZACIÓN INFERNAL


- Lisandro – me llamó mi amo - ¿ya se enviaron las invitaciones? – lo mire feo, tenía ganas de mandarlo a la mierda, pero no era tan idiota. No podía insultar al líder de mi aquelarre y salir airoso. No tenía ganas de pasar un mediodía al sol, o días sin sangre. Lo sabía por experiencia, nunca fui el vampiro mejor portado. Mi padre desde que nací supo que solo le daría problemas, y después de pasarse más de 500 años intentando disciplinarme, me vendió al padre de mi actual amo, y desde entonces era un esclavo. Aunque nos engañábamos diciendo que era su "asistente personal", porque estaba mal visto tener esclavos, pero solo cambiaba el nombre, yo no tenía ningún derecho ni libertad.

- Si amo – pude ver como su bello rostro se crispaba. Odiaba que lo llamara así, pero no me importaba.

- ¿Volvemos a lo mismo? – cuestionó serio.

- No comprendo amo – dije haciéndome el tonto. Él bufó y se sentó en un sofá de la sala.

- Estoy cansado de repetirte que no me llames así – su tono parecía calmado pero lo conocía y sabía que estaba molesto - ¡di mi nombre! – Ordenó, y mordí mis labios - ¡dilo!.

- August – dije entre dientes y sonrió, feliz de salirse con la suya.

- No entiendo porque te empeñas en hacerlo todo más difícil – perdió su faceta seria y fría – al final siempre haces lo que digo.

- Porque eres mi amo, y yo tu esclavo – le aclaré. Por momentos detestaba que se comportara como un chiquillo. Tenía más años que cualquier vampiro vivo, y eran muy pocos los seres sobrenaturales más viejos que él, pero actuaba como un adolescente. Quizás su apariencia lo llevaba a ser así. Mi amo era el resultado de la mezcla entre un guerrero vampiro muy poderoso y una elfa igual de poderosa. Si bien no había heredado la contextura de su padre, y a primeras pareciera que una brisa podría voltearlo; su magia era increíblemente poderosa. Y por eso era un arma letal. Su inocente y frágil apariencia a menudo lograba que sus enemigos lo subestimaran. Era ágil, rápido y tenía varios trucos para acabar con ellos. Una vez lo había visto explotar a un orco, sin mover un dedo. Dejó todo embarrado de viseras y sangre de orco, asquerosa sangre de orco.

- ¡No! – gritó poniéndose de pie y acercándose a mí en un parpadeo. Yo le sacaba una cabeza, y tenía muchas más masa muscular que él. Era un guerrero, enorme y fuerte. Que por los caprichos del ser que me miraba a los ojos, trabajaba como su asistente y no me podía acercar a una batalla ni de casualidad, tenía que ser un estúpido asistente – somos amigos, no hay una relación de amo y esclavo entre nosotros.

- Como usted diga – respondí manteniendo la calma, no quería que me electrocutara por molestarlo – amo – agregué sin poder contenerme. Vi como sus ojos se tornaban rojos de la rabia y me preparé mentalmente para el dolor que vendría. Afortunadamente llamaron a la puerta y su custodio ingresó.

- Mi señor – dijo sin mirarlo a los ojos, August recuperó su imagen de hielo – los ancianos quieren verlo.

- No tenemos una cita – dijo sin ninguna emoción.

- En realidad amo – dije alejándome un poco, para preservar mi integridad física - si la tiene – mire mi reloj y después a él – debía comenzar hace 15 minutos – él estaba serio, no dijo nada, solo asintió hacia mí, y en sus ojos pude ver la promesa de que no habíamos terminado – yo seguiré con los preparativos de la fiesta, con permiso – hice una reverencia y me largue corriendo. Deseaba dejar de ser un provocador algún día, pero con 800 años a cuestas lo creía poco probable. Vivía al límite, metiéndome en cualquier tipo de problemas por mi incapacidad para cerrar la boca y seguir la corriente. Mi madre decía que era un rebelde. Mi padre ni me miraba, me había desconocido como su hijo luego de que le tomara fotografías a él y a su amante y las publicara en todos lados. No fue mi mejor decisión, pero ver a mí siempre imperturbable progenitor en una situación comprometida con un centauro fue demasiada tentación. Quizás había ido demasiado lejos en mi travesura, y por eso había terminado convertido en esclavo. Suspiré mientras continuaba mi camino hacia el lugar de la fiesta. Seria en el castillo del amo. Era inmenso y antiguo. Con más de 100 habitaciones y un salón de fiestas con capacidad para miles. No todos los invitados se quedarían allí. Algunos tenían sus propias residencias, y otros simplemente se aparecerían. Extrañaba aparecer, ahorraba tiempo, pero no podía hacerlo. Los esclavos llevábamos una joya encantada que limitaba nuestras habilidades naturales, no nos hacía completamente humanos, pero nos dejaba en bastante desventaja en relación a nuestros amos.

Organización InfernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora