Un zumbido.
"¡Perra madre! ¡No, no, han llegado! ¡Los federales!
Deanna se ayuda de su buró para levantarse rapidamente. Frente a ella, dos soldados con trajes impecables blancos, se posan a lado de su cama, ambos apuntandole con la pistola.
Deanna está a punto de desmayarse. ¿Qué hace uno en estos casos? ¿Se da uno por vencido?
¡Nunca!
Deanna se hace lentamente para atrás, para alcanzar las piedras y los cuarzos que conserva en una caja de todas sus expediciones por México. Al reposar su mano en la almohada, siente la frialdad de su humedad, por haber tenido el pelo mojado de ella dormitando encima por un par de horas, antes de este corrompimiento, antes de esta desgracia.
Alcanza con su mano una piedra del cajón, dos piedras.
"Deja de moverte, skuinkla rebelde."
Uno de ellos habla como si tuviera un micrófono en sus cuerdas vocales. Le causa más terror a Deanna.
La puerta de su cuarto se abre, y todos voltean al sonido.
"No, pues ahorita te veo. ¡Ay ya!"
La mamá de Deanna suelta una carcajada. La mujer se recarga en la perilla de la puerta, mientras coloca su teléfono en su oído.
Deanna regresa su vista al frente. Esos cabrones ya no están.
"Deanna, ya vámonos. Tengo que llegar a un lado."
Deanna coge su celular del otro buró, y toma sus pastillas de regularización de medroxiprogesterona con la pura saliva.
Hoy no es un día muy favorable; es 21 de noviembre y a Deanna le calan los huesos del frío que le da a causa de cierta ausencia. No tiene idea de por qué va a la mentada fiesta a la que va, ni de por qué todos actúan como si nada en un día como este.
La noche está cayendo en la ciudad cuando la mamá de Deanna arranca el coche.
El cielo se ve rosa, naranja y ligeramente morado en ciertos espacios. Cierra los ojos; cada detalle del cielo causa dolor en el corazón de Deanna.
"¿Qué número de casa es?
"17."
Al fin abre los ojos después de unos cuantos minutos, y al fin ha dominado la oscuridad de la noche.Deanna se baja en una pequeña casa gris. La música se escucha hasta afuera, y los niños gritando majaderías también.
Deanna abre la puerta, y antes de proceder com el camino hacia la sala y las áreas comúnes, se detiene en el baño.
Cierra con seguro y prende las luces.
Su reflejo es lo que esperaba; una niña desdichada por los meses de otoño, desfavorecida por el cambio de clima en cuanto a su pelo.
Se mira a los ojos, y se pide a sí misma no llorar.
"Estás animal si lloras." Se revuelve el cabello, se lo mese para adelante y para atrás.
Toma la perilla de la puerta. Apaga la luz con la otra mano, pero no abre la puerta. Siente una presión contra su cuello, como si un gran tubo pegara contra su piel.
Como un arma lista para disparar.
Deanna inhala y exhala dos veces con potencia.
Abre la puerta enseguida, raspándose el brazo con la pared; la cierra justo detrás de ella. Se recarga un momento en la puerta, para recuperar la compostura.
Se acomoda el strap del brassiere, se quita el pelo de la cara, se jala las pulseras para atrás.
Pandora, al sentir la presencia de Deanna, se apresura a voltear alrededor. Deanna la mira, y le sonríe.
Pandora se levanta para recibirla con un abrazo correspondido.
"Mira, ahí está Daudi. Y bueno, Salo."
Deanna fija la mirada a donde le indica Pandora.
Dos muchachos sentados en un sillón roto hasta el fondo de la habitación. Este cuarto probablemente es una sala, pero tal vez se movieron los muebles por cuestiones de espacio. Las paredes tienen un lindo color azul que se ve lúgubre con ciertas luces de colores artificiales que las iluminan.
Se fija de nuevo en los muchachos.
"¿Y eso a mi qué?"
Pandora la ve desconcertada cuando Deanna responde.
Sabía las razones por las cuales Pandora se refería a la existencia de Daudi. Deanna a veces no dejaba de hablar de él cuando le llegaban crisis existenciales.Una noche bajo el cielo estrellado, en el camión con destino a Guanajuato, Pandora y Deanna discutían de lo hermoso que era el amor, y de cuánto se querían. Deanna empezó a llorar, las luces de los carros en la calle iluminando sus lágrimas cayendo como llovizna.
"¡Esque los amo tanto! ¡A todos ustedes! ¡Amigos como tú, como Don Lenguas, como Mielesita, Clavel, como Jose Magno, como Andrea, se merecen el universo!"
Deanna recargó su cabeza en el vidrio vibrante arriba de su asiento.
"Se los daría si pudiera, carajo."
Pandora le sonrió, la abrazó, y acomodó la cobija de forma que ninguna de las dos sufriera de frío.
"Y Daudi, le doy gracias por aguantar mis estallidos existenciales, por querer ayudarme con con mis mochilas a mi, pinche orgullosa, por escuchar las canciones sensuales que me encanta escuchar, ¡y aceptar que soy vulgar, y alabarlo! ¡No despreciarlo!"
Más lágrimas caen de la débil Deanna.
Ahí Pandora debió captar el concepto de la importancia de la vida de Daudi en la de Deanna.
"Te quiero Deanna."
"Yo también Pando y también quiero tirarme de esta ventana para caer en la oscuridad de la carretera."
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Crónicas de alguien medio vulgar
General FictionCrónicas de una persona medio vulgar que se lesionó el pulgar