Sin manija de freno

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     Miro impaciente como los segundos corren, como el tiempo se va sin esperarte. Nada se detiene y tu allí... ¿Qué haces? Si exacto, tu sin hacer nada realmente, cuando antes creías que ese nada, era un algo. Entonces descubres que había un vacío del que no te enteraste nunca, con el que no habías hablado antes, por no entender el significado de su presencia.


     Entonces intentas hablar con el, pero no responde, no responde porque generalmente los vacíos tienen como calificativo ser solitarios, profundos y oscuros, tan oscuros como el primer corte de luz que presenciaste de pequeña, que te privo de ver la claridad de tu hogar, que te cerro la garganta al no verte, al no permitirte observar tu alrededor. Tan oscuro que hizo que tus sentidos se alertaran, y tu garganta se desgarrara en un grito infinito a la ayuda de tu madre. A sentir su presencia, a querer que ella te explicase lo que significaba la oscuridad, aunque no te haya dicho en ese momento que era muy parecida al vacío. Ahora solo estas tú, conciente del tiempo que corre tan veloz, como si quisiera que el último suspiro humano se fuera con el rápido pasar de sus pies.

     Pero aunque te detengas a pensar, porque no haces nada, las horas corren más deprisa. Porque cada vez que te detienes, es menos. Y tu ahí solo utilizando el momento en pensar. En intentar entender el porque de lo oscuro, el porque del vacío...

     No digo que no sea importante, pero realmente es necesario? Tal vez deberíamos ser como el tiempo, correr sin cesar, cantar sin volúmen, gritar sin vergüenza. No detenernos, porque al hacerlo, solo somos nosotros, nadie quisiera detenerse a tu lado. Deberiamos de abrir la cajita de los miedos, romper las cerrojos y dejarlos salir, para dejar de perder el tiempo, para dejar de asomarnos a lo vacio que es estructurarse por miedo a caer.

     Para que podamos entender que con cada paso nace una piedra nueva, depende de nosotros si nos cohibimos o hacemos que ella se esfume por lo espontáneo que es nuestro caminar, por lo duros que son nuestros zapatos y lo segura de nuestras pisadas.

     Es el momento de darle riendas sueltas al amor por ser, por hacer, por volar y no callar. Soltar y desarmar, saltar y salpicar. Disfrutar de correr libres a un lado de las ahujas del reloj, pero no en círculos, sino en todas direcciones, sin deternerse a pensar demasiado, a no hacer nada realmente.

     Porque se trata de eso, de vivir, sin manija de freno alguno...

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