Parte uno: Falling in love

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Parte uno: Falling in love

Es de imprevisto como nuestra vida cambia de una manera tan repentina e inoportuna, pasando de ser la vida ideal y soñada —que siempre buscamos tener— a una completa pesadilla, o viceversa. Son este tipo de cambios drásticos, para los que no siempre se está preparado, de los que pueden llegar a ser lo mejor que te puede suceder; o inclusive la peor tortura que nunca llegaste a imaginar vivir.

Las leyendas ahí eran ciertas, una de las que más destacaba era aquella que habla del muy conocido "Hilo rojo del destino", que según citaba: "Toda persona está atada por el meñique de un hilo rojo invisible que lo conducirá hacia otra persona con la que hará historia. Este hilo se puede enredar, contraer y estirar, pero nunca se puede romper".

Pero algo aquí era destacable, siendo que, solo se trataba de un hecho que ocurría en una sola ocasión, en la que tenías la capacidad de poder ver el hilo rojo atado a tu dedo meñique, y si tenías suerte, podías llegar a encontrarte con la otra persona a la que estabas atada por parte de aquel peculiar hilo. Sucedía en momentos inesperados, no había fecha ni edad exacta, solo pasaba. Podías encontrarte en el día de tu boda y este podría empezar a ser visible ante el ojo humano, llevándote a la realidad (o decepción) de que no era la persona a la que estabas atada quien estaba frente a ti, en aquel altar.

Pero si aquel caso se veía peor de desafortunado, para Tom, el caso que tuvo que pasar lo llevaron a cometer innumerables tonterías, debido a su necedad de no aceptar a quien el destino había seleccionado para él.

Era inaceptable, y no iba a tomar partida de aquello, porque ¿cómo si quiera era posible que se diera el caso, en el que aquella persona con la que estabas destinado se trate del ser que más desprecias?

Sucedió en un día cualquiera, en el que los cuatro se encontraban en casa, mirando televisión, nada nuevo o interesante, pues todo era la misma repetición de siempre, cuando (como en cada ocasión) Tom y Tord habían comenzado una discusión. Pleitos que comenzaban primero entre burlas que se daban uno contra el otro, pasando de insultos a altas discusiones, que, si no se intervenía a tiempo, terminaban por convertirse en peleas; donde eran tan descarados como para recurrir al daño físico. Y como siempre, Edd y Matt tenían por detener su inmadurez.

Fue entonces que, por primera vez, no fueron ni el castaño o el narcisista quienes detuvieron a Tom de dar el primer golpe contra el contrario, sino que aquella había sido la ocasión en la cual el hilo se hizo visible para el británico. Y entonces lo vieron, desconcertados y estupefactos, porque más que un hecho, parecía ser una completa burla para el ojinegro, ya que aquella unión —en la que su extensión tenía el aspecto de una bola de estambre, debido a tantos enredos que poseía—, conectaba del extremo de su meñique, al del chico que se protegía con ambos brazos del golpe que nunca llegó por parte suya.

Para cuando Tord se descubrió el rostro, se quedó de la misma manera, incrédulo, al ver los hechos que sucedían frente a sus ojos, entonces miró a Tom, ambos incrédulos de que aquello fuese real. Ninguno dijo nada al respecto en cuanto el hilo dejo de ser visible, no había palabras que fueran capaces de formular y que coincidieran con una situación como la que estaban presentando.

Ironía, la vida les había golpeado con ironía aquel día, luego de saber que por causa del destino, su destino, ellos estaban ligados uno al otro.

[...]

El británico nunca le había tomado importancia a que, en algún momento de su vida, aquella ocasión llegaría, pero fue justo hace unas horas cuando ese suceso se presentó, que el hecho de enterarse que Tord sería esa persona con la que él estaría unida le llegó como golpe bajo, algo que Tom no aceptaría con facilidad; antes preferiría irse a vivir con sus tres vecinos que ceder a los hechos.

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