ENERO: sesión de fotos

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Todo iba muy deprisa. Las palabras «puedes conseguirlo» resonaban en mi cabeza como una cuerda de salvamento, como si estuviese en una balsa en mar abierto rodeada de tiburones, aunque manteniéndome a flote. -Pero ¿tendré que acostarme con ellos? Me refiero a que sé que hay distintos tipos de escorts... Cerré los ojos mientras aguardaba su respuesta, hasta que sentí que algo cálido cubría mis manos. Eran las suyas.

-Preciosa, no tienes que hacer nada que no quieras hacer. Pero si pretendes conseguir todo ese dinero, deberías considerarlo. Mis clientes y yo tenemos un acuerdo no escrito, por así decirlo. Mis chicas se acuestan con ellos, y ellos añaden un veinte por ciento a sus honorarios. Ese veinte por ciento se deja en efectivo, en un sobre, en el cuarto de la chica o se le ingresa directamente en su cuenta. Representa que eso no tiene nada que ver conmigo ni con el servicio que ofrezco, ya que la prostitución es ilegal en California.

-Millie se tocó la barbilla con el dedo índice-. Pero es justo que mis chicas perciban más por sus atenciones, ¿no te parece? Me guiñó el ojo y yo asentí de forma débil sin saber qué pensar, pero conviniendo de todos modos.

-Te buscaré servicios de un mes entero. Es la única manera de conseguir un salario de seis cifras al mes. No obstante, yo no vendo sexo. Si te acuestas con ellos será porque quieres hacerlo, aunque seguro que, cuando veas a algunos de los hombres que tengo en la lista de espera, te replantearás el hecho de lanzarte a la piscina, por no hablar de la paga extra. Sonrió y se puso de pie. Rodeó su mesa de cristal y se sentó. Se volvió hacia su ordenador, indicándome sin palabras que ya podía marcharme. Me sentía pegada al asiento de piel, incapaz de moverme. No paraba de pensar en cómo diantres iba a hacer eso. Iba totalmente en contra de mis principios.

-Lo haré -me oí susurrar.

-Claro que lo harás. -Me miró por encima de la pantalla de su ordenador y sus labios compusieron una sonrisa torcida-. No te queda más remedio, si quieres salvar a tu padre.

El día siguiente fue un no parar. Me sentía como el personaje de Sandra Bullock en Miss agente especial. Me hicieron una limpieza facial, me exfoliaron, me depilaron la cara con pinzas y el cuerpo con cera. Me sentía como un alfiletero, y casi acabo dándole un puñetazo a la asesora de belleza que Millie había contratado para «arreglarme». Aun así, el resultado era innegable. Cuando me miré en el espejo apenas reconocía a la mujer que me devolvía la mirada. Mi cabello largo y negro brillaba como nunca y descendía por mi espalda y sobre mis hombros formando unos rizos perfectos. Y la luz sobre mi piel producía un efecto radiante. El bronceado normal que tantas semanas me había costado conseguir bajo el sol de California resplandecía ahora como la miel y resaltaba mis mejores rasgos. El vestido que me había puesto era de color lavanda, cómodo y refinado. Se ceñía perfectamente a cada curva y cada zona tonificada de mi cuerpo, produciendo el efecto deseado. Sexi y elegante. Cuando el fotógrafo me sentó sobre un frío banco de mármol blanco, parecía un ángel oscuro. Empezó indicándome él cómo debía colocarme, pero antes de darme cuenta ya había aprendido a poner morritos y esa mirada perdida en la distancia desprovista de emoción. Así era como debía permanecer a partir de ahora. Sin emociones.

Cuando terminamos, volví a ponerme mi ropa de calle, que siempre consistía en unos vaqueros y una camiseta ajustada, y me dirigí de nuevo al despacho de Millie, o de la señora Milan.

-Preciosa, ¡estas fotos son magníficas! Siempre supe que serías una gran modelo. Hizo clic unas cuantas veces con el ratón mirando la pantalla de su ordenador mientras yo me acercaba para ver lo mismo que ella. Me quedé sin aliento al distinguir una de las imágenes que el fotógrafo me había hecho. -Es increíble. -Me quedé sin palabras por un instante-. No me puedo creer que ésa sea yo. Sacudí la cabeza conforme las imágenes se iban subiendo una a una a la página web de Exquisite Escorts. Si no acabara de hacerme las fotos, jamás habría creído que era yo. Los labios de mi tía esbozaron una lenta sonrisa.

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