2. Etéreo

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El descenso fue mucho más sencillo de lo que esperaba

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El descenso fue mucho más sencillo de lo que esperaba. La tecnología de la Rurhuk Tul —su nave—, era perfecta, funcional y potente como la Energía O. Aseguraba energía para todo un siglo, inclusive podrían volver a la Tierra, pero seguramente ya nadie de sus conocidos quedaría con vida.

Ekha escuchaba su respiración, el exotraje, fabricado del mismo material que las capas de los Laktu Rom, el material más resistente jamás creado, funcionaban a la perfección. Se sentía como una segunda piel, adaptada perfectamente a la curvatura de su cuerpo y permitiendo una flexibilidad y agilidad máximas. Su material repelente, era capaz de absorber cualquier tipo de daño externo. Se sentía segura, sin embargo, el entorno hostil que tenía delante la hacía replantearse ese pensamiento.

—¿Ha venido de aquí? ¿Estás seguro? —preguntó Kiha, a Anuk, mientras bajaban al inhóspito lugar.

Ekha y Terhuk iban detrás. La gravedad era muy similar a la terrestre por lo que no tenían problemas para moverse. El joven lucía un cuerpo muy bien trabajado, aunque el de Ekha, no tenía nada que envidiarle. ¿Qué decir de los veteranos? Ambos se veían en muy buena forma para rondar los 40 gyros.

—Estoy seguro —respondió Anuk—. Este es el sitio, no hay error.

Ekha miraba a su alrededor, pero no veía absolutamente nada. El suelo de árida roca oscura y la majestuosa Rurhuk Tul, eran lo único que divisaba. Más allá, sólo había polvo, erosión, soledad.

—¿Qué hay del mensaje? —preguntó Terhuk—. Quizás el origen cambió de posición.

Ekha negó con la cabeza.

—Su posición jamás cambió. El mensaje dejó de recibirse en cuanto atravesamos la atmósfera de este planeta.

—Vaya, que problema —añadió Kiha—. Tal vez fue un error después de todo.

—Error o no, hay algo extraño en este sitio. —Anuk avanzó por delante. Las voces se transmitían a través de sus protectores de cabeza.

Ekha levantó la muñeca y una proyección holográfica se iluminó en su propio antebrazo. Observó los símbolos arqueanos que se mostraban. Tal y como imaginaba, el aire no era respirable, además de que había altos niveles de radiación. Este planeta no era apto para la vida.

Los tres Laktus avanzaron detrás del kunul. El hombre observaba el suelo, como si buscara algo.

—Un momento —dijo Ekha—. ¿Esas son...?

Anuk observó el horizonte. Terhuk, Kiha y Ekha llegaron corriendo a su lado.

—Ruinas.

—¿Es vegetación?

—Xantofilas.

—Vida —concluyó Anuk.

Ekha observó asombrada el descubrimiento. A lo lejos, se apreciaba una construcción cubierta de una rara vegetación roja. ¿Cómo podía haber algo así en un planeta como este?

—Tened preparados vuestros variadores —dijo Anuk.

Ekha pasó saliva, era lo que se temía, problemas... Aún no estaba lista para enfrentarse a problemas. Levantó su mano y una garra metálica se afiló en la punta de su dedo índice. Esa garra era un variador, un artefacto capaz de materializar los pensamientos de su portador, siempre y cuando contara con la materia necesaria para lograrlo. La cantidad de variadores que alguien podía usar, y la forma en que lo hacía, estaba ligada directamente a su capacidad de procesamiento cerebral.

El viento hacía volar el polvo, creando tolvaneras que nublaban la visión. Ekha buscaba más indicios de vida con ayuda de su visor térmico, pero este era un planeta frío, sin llegar a helado, no servía de nada.

—¿Escucharon eso? —preguntó Kiha, levantando una mano para pedir silencio. Nadie habló por unos segundos. El viento fue lo único que se oía.

Ekha no sabía a qué se refería, pero probablemente era porque no tenía los mismos sentidos de cazadora que ella.

—¡Cuidado! —gritó Terhuk, al tiempo que se abalanzaba sobre Ekha.

Ella recibió el empuje y su cuerpo rodó con el de Terhuk. Junto a ella, Kiha y Anuk pasaban por una situación similar. El suelo había sido aplastado por una potente fuerza invisible que creó un gran cráter.

—¡¿Qué ha sido eso?! —preguntó Ekha, con el pulso elevado al cien.

—No tengo la menor idea —dijo Terhuk, levantando su mano y haciendo crecer una de las cinco garras que portaba, a tal punto que parecía un sable metálico.

Ekha lo imitó. El aire estaba lleno de metales, por lo que podía materializar una afilada arma con su variador, una reacción química simple para crear lo que necesitaba. Sólo tenía que pensarlo, y el artefacto hacía el resto. Escudriñaba los alrededores con suspicacia, pero no había nada...

—Está aquí, puedo sentirlo —dijo Kiha, quien no tenía ningún arma además de sus manos vacías, adornadas por diez garras, una en cada uno de sus dedos.

—Yo también lo percibo —agregó Terhuk—. Hay algo cerca...

De pronto, Ekha sintió un fuerte impacto, acompañado de una sensación de calor quemante, que dio de lleno en uno de sus costados. Fue tan rápido que ni siquiera le dio tiempo a reaccionar. Voló por los aires y cayó de espalda al suelo. ¿Qué la había golpeado?

—¡Ekha! ¿Estás bien? —dijo Terhuk, acudiendo enseguida a su encuentro. Sin embargo, a pocos pasos de llegar, algo invisible cortó el viento a su lado.

El joven reaccionó de inmediato, por instinto, su cuerpo se movió solo. Se lanzó hacia delante, puso las manos en el suelo y se impulsó para dar una pirueta que le ayudó a esquivar el ataque. Otro cráter se formó de la nada.

Ekha observó la escena aterrada, para luego bajar su mirada a su propio costado izquierdo. Por fortuna, el traje había absorbido el daño, pero había una marca negruzca en él. En definitiva, algo la había golpeado. Seguro su protección había evitado que ella misma tuviera un gran cráter en su cuerpo.

—T-Terhuk, ¿estás bien? —preguntó.

El joven seguía observando a su alrededor, atento, preparado. Asintió con la cabeza sin decir nada. Un poco más allá, se observaban las siluetas de Anuk y Kiha, luchando para esquivar el aire. Sus voces agitadas se escuchaban a través del canal de comunicación.

¿Qué estaba pasando? Ekha trató de calmarse, cerró sus ojos por un momento, respiró profundo, y entonces.... Entonces volvió a sentir un fuerte impacto, esta vez por su espalda. Un impacto tan fuerte que la lanzó contra el suelo y lo resquebrajó, la hundió en él. Su mundo dio vueltas por un instante, no podía moverse.

—¡Ekha! —escuchaba que la llamaban, pero no percibía bien el por dónde.

Trató de levantar la vista, algo brillante había llegado a su mano. Parecía... ¿un cristal?

Palabras: 1068

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Nun KuhDonde viven las historias. Descúbrelo ahora