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Sentado en la parada de autobuses observó que ya no había rastros de sol en el horizonte y los rascacielos adquirían una figura imponente por sobre todo lo demás.

De su boca se desprendió una nube de vaho y su vista se nubló sólo por un segundo. El clima seguía igual que hace un par de noches y eso no hacía más que ponerle de mal humor. Siguió frotando sus propias manos en busca de algo de calor.

Había alguien más sentado junto a él. Un joven de de un abrigo enorme y con el volumen de los audífonos demasiado alto como para que lograse escuchar sin acercarse demasiado. De hecho, ese sonido era lo único que ocupaba aquél espacio. La melodía se hizo más audible conforme el segundero avanzaba y un fragmento de la canción entró taladrando su consciencia.

Esa canción. Sí, la canción se le hizo familiar.

No sólo familiar, era un recuerdo vívido, y al parecer ahora también el recordatorio de su desdicha... la conocía tanto como que su compositor era el mismo Rivera.

Maldijo por lo bajo aquella lista de Spotify y se siguió frotando las manos ahora con más intensidad.

Y supuso que era normal. Miguel lidiaba con ello seguido, que un autógrafo, que un abrazo, era algo así como una celebridad ¿No?

Sintió frío en su pecho al recordar la última vez que lo vió.

El joven a su lado se levantó de repente y subió al autobús de turno. Pero Hiro se quedó en su sitio. Él realmente no estaba esperando a nadie.

Al contrario; alguien lo estaba esperando a él y a sus estúpidos ojos rasgados en el lugar que se decía su casa. Pero no quería confrontar el ceño fruncido y la nariz arrugada en un encantador pero peligroso gesto de Miguel al volver.

Pensó que ni pasando por una boca de metro sentiría tanto vértigo como lo sentía en ese instante.

Se sentía demasiado enajenado en su mundo como para asumir algo con tanto peso como lo era un compromiso.

Pero luego, también se preguntó. ¿Por qué estaba volviendo? ¿Por qué corría de vuelta con el pelo oscilante por el viento? ¿Por qué sentía su corazón latir al ritmo de cierta melodía en su cabeza? ¿Y por qué pensaba en su próximo monólogo para él?.

Hasta que se encontraba de nuevo ahí. Sintiéndose valiente y cobarde; intimidado, impaciente, necesitado y tonto...

La puerta estaba semiabierta y entró a tropezones por el umbral. Dante, que se encontraba recostado en la alfombra gruñó al ver de quién se trataba; al escucharlo, Miguel volvió la vista rápidamente.

Para ser sinceros, no esperaba verle justo ahí, abrigado y con el llavero en la mano. Probablemente también estaba apunto de salir a buscarle y eso le oprimió a Hiro el corazón.

Miguel sonrío un poco y llamo a su nombre bajito. Entonces pensó, pensó en lo sobrevaloradas que estaban todas y cada una de las apologías convencionales. Le rodeó el cuello con los brazos de forma un poco brusca y necesitada para compartir con él un suspiro del corazón.

Había veces en que sus extravagantes inventos lo hacían sentirse inferior a Hiro intelectualmente. Sin embargo, él era más sabio en asuntos del corazón, por eso, era quien se encontraba sosteniendo a Hiro cada que estaba a punto de azotar contra el vacío; por la otra parte, el mayor trataba de llevarle el ritmo a esa criatura hambrienta de cariño que habitaba dentro del las costillas de Miguel.

De ahí su miedo a dar un paso en falso y terminar herido por jugarle al vergas.

—Perdóname, fui demasiado rápido y fue muy egoísta. —empezó Miguel con un picor en los ojos—. Sé que no estás pensando en algo serio en este momento, pero te prometo que puedo...

—No, no, no. Está bien. —lo silenció con un dedo sobre sus labios. —Yo igual tengo algo de culpa —dijo quedito, acariciando el rostro del menor y tirando ligeramente de su mejilla. —También lo siento...

Compartieron un largo abrazo hasta que el hoyuelo en la mejilla de Miguel se ocultó de repente y él habló con voz ronca.

—Ay, no... —negó con frustración.

—¿Qué pasa? —preguntó Hiro.

—Te olvidaste de llevar un suéter otra vez. Estuviste afuera por horas. Te me vas a enfermar.

El chico soltó aire y negó divertido, atrayendo a Miguel más fuerte contra su pecho, oyendole quejarse.

Chairo (Higuel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora