Parte 1 LA RAZÓN PRINCIPAL

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A este nivel de la historia no recuerdo bien porqué el hombre resultó allá pitando como un loco y dando vueltas en un Willys 54 alrededor de la ceiba frondosa y centenaria de la plaza central de ese pueblo perdido. Por allá no pasaba nadie. Y cuando pasaba, de ninguna manera celebraba el hecho de llegar a un caserío oculto en la desviación de una carretera principal. Menos que lo hiciera pitando y sacando la cabeza por la ventana de lona de su viejo jeep con una sonrisa extática de triunfo. El caso es que como los demás, yo también salí un momento de la cantina donde tomaba cerveza con amigos y me asomé para burlarme del espectáculo. Otros salían a las puertas de sus casas, se detenían en sus bicicletas o dejaban a un lado los canastos en el mercado y corrían a la puerta principal de "La galería" (como se le decía a la pequeña plaza de mercado del pueblo) para asomarse al parque central donde el hombre seguía dando vueltas pitando y riendo como si acabara de llegar a Marte. Para ese momento, ya estaba siendo perseguido por el cura de la iglesita central que trataba de evitar un escándalo mayor.

En muy poco tiempo, una barahúnda de gente de diversa condición gritaba, animaba o criticaba al personaje, hasta que después de unos minutos una mujer decidió brindarle una cerveza con tal que parara de darle vueltas al árbol. La ocurrencia fué mayormente celebrada, pues muchos querían saber si era simplemente un loco que había robado un viejo carro o si de pronto era un personaje intocable y famoso manejando borracho.

En cada pueblo hay un fotógrafo, o había en esa época en que no existían celulares, un periodista, que imprimía panfletos en exténsil los sábados con los chismes del pueblo y la programación del matinal de cine en el teatro al lado de la gallera, situada obviamente al frente de la iglesita, como polo del mal. Todos estaban allí, documentando al hombre que pitando en su viejo campero carpado daba vueltas alrededor del árbol de la plaza central, tropezando un poco en cada giro con los andenes y rozando las sillas de cemento que adornaban el parque donde los adolescentes se sentaban las mañanas de sábado a esperar el inicio del matinal de cine.

Era mucha la gente que miraba con curiosidad. Mi madre siempre que pasábamos al lado de un muerto en la calle, atropellado o accidentado, nos prohibía mirar: no seas "novelero" decía. Y no nos dejaba ver nada. Crecí con la firme creencia de que a los espectáculos de calle no había que asomarse, escándalos, peleas, muertos..

No me resistí y fuí a hacer parte de del tumulto. Cuando ví cómo el hombre bajaba del carro, tomaba el jarro de cerveza fría en medio de las risas, los gritos de júbilo y las habladurías, fué que reconocí que era mi padre.

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